¿Bolivia debe agradecer a Evo?

Hernán Maldonado

¿Bolivia debe agradecer a Evo Morales por dejarle a la posteridad su museo de $7 millones? Un columnista de un diario oficialista cree que sí y alaba “el desprendimiento del presidente” por las toneladas de memorabilia que ha acumulado en sus 11 años en el poder para dejarnos una obra que “enorgullece a los oriqueños”.

¡Claro! Hace referencia a Orinoca, ese caserío a 180 kilómetros de la ciudad de Oruro, en pleno altiplano andino, donde el líder cocalero nació hace 57 años y que ahora es exaltado por sus áulicos (chupa tetillas, los llama él) como “un lugar casi divino”, según su ministro de Gobierno Carlos Romero.

Con el escándalo de su amante Gabriela Zapata, Morales perdió mucho del favor popular, como se evidenció en el referendo del 21F-2016 cuando buscó insulsamente que las mayorías nacionales le autorizaran postularse para una nuevo periodo en las aún lejanas elecciones del 2019. Con su pomposo museo, perdió mucho más. La repulsión ha sido general.

La gente vio como un insulto a la inteligencia el que se inaugure un museo en las mismas fechas en que miles de padres de familia duermen ante los escasos colegios y escuelas buscando inscribir a sus hijos. Obviamente no les cayó bien a los miles de pacientes que son atendidos hasta en los pasillos del Hospital Obrero por falta de facilidades médicas. ¿Cuántas escuelas o pequeños hospitales se pudo construir con $7 millones?

El régimen asegura que la inversión se recuperará con el turismo, cuando ni siquiera hay una carretera asfaltada hasta Orinoca y mucho menos hay hoteles y posadas donde pernoctar en el inhóspito paraje andino. Todo esto hace mayormente colosal el despilfarro para satisfacer un ego primario.

El columnista destaca: “Alguna herencia tenía que dejar el hijo predilecto a su terruño, más allá de su visibilización en el mundo, que de por sí ya es un hito…”. ¡Ummm!

El presidente Víctor Paz Estenssoro entre 1952-56 fue uno de los más aclamados en Bolivia. El padre de la Revolución Nacional recibía regalos por donde pasaba. Recuerdo que al final de su mandato exhibió en el hall del Palacio de Gobierno esos obsequios que tapizaban las inmensas paredes con ponchos hechos a mano, chalinas de alpaca. En el centro estaban enormes vitrinas con anillos, medallas, llaves de las ciudades, collares de oro, bastones de mando indígenas de plata pura. La gente pudo visitar la muestra sin pagar ni un centavo.

¿Qué fue de esa riqueza? Se perdió en manos de saqueadores tras el golpe de estado del 4 de noviembre de 1964, en el interrumpido 3er periodo de Paz Estenssoro. Cuando en los años 80 el líder movimientista volvió al poder, allegados suyos trataron de reponer algo de lo sustraído, sobre todo para que no se perdiera la memoria histórica de quien liberó al indio, nacionalizó las minas y decretó el voto universal. Solo una parte de aquella enorme riqueza y sus libros pudo reponerse. Cuando el anciano Víctor Paz terminaba su carrera política e iba a radicarse en su Tarija natal, aquellas pertenencias recuperadas fueron embaladas para su embarque, pero un incendio en uno de los depósitos del aeropuerto de El Alto acabó con todo.

En el museo de Orinoca se muestra hasta los botines con los que el “héroe de ahora” iba a la escuela (aunque en su biografía él mismo cuenta que usaba abarcas), hay multitud de las camisetas de fútbol que intercambia, fruto de su ocupación principal, de trofeos ganados en las canchas, fotos, retratos (que no le sirven de nada cuando le toca leer cifras abultadas) y en ninguna parte hay alguna mención de que él mismo es fruto de la Revolución Nacional que emancipó al indio y sin la cual hoy todavía estaría arreando llamas en los parajes de Orinoca. Así nomás es, diría el amigo Cayetano Llobet.

El autor es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.

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