21F, de las palabras a los hechos


 

Durante los últimos años, la actividad política en el país se ha desenvuelto con relativa tranquilidad y solo se registraron batallas verbales, aunque algunas de ellas altamente virulentas, sin que la sangre llegue al río. Sin embargo, ese enfrentamiento entre pañuelos blancos (o duelos a sable a veinte pasos de distancia) ha llegado a un momento en que está a punto de pasar a los hechos. Estaría terminando la etapa de las meras contradicciones pacíficas para pasar a los antagonismos, cuando los problemas se resuelven por otras vías.

Esa situación conflictiva estaría por producirse con motivo de que el gobierno del MAS se opone a aceptar la derrota que sufrió el 21 de febrero del año pasado y, al mismo tiempo, insiste en que ese resultado debe ser rectificado “en alguna forma” de tal manera que el “régimen evista” no se interrumpa y dure por los siglos de los siglos (amén).

El punto de vista del tolderío gobernante originó la reacción de la ciudadanía que señala que no se puede desconocer, así por así, la sagrada decisión del pueblo soberano so pena de caer en una actitud irracional y contraria a toda lógica. Es más, la enervada actitud de la fuerza partidaria gobernante está derivando en aprestos a la violencia, llegando inclusive a recurrir a un procedimiento desesperado que utilizó en otras oportunidades y lo tiene guardado en su arsenal de armas políticas: ¡el bonapartismo!, procedimiento siniestro y poco decoroso de defensa del poder.

Frente a esa situación, la población que el 21F votó por el NO se ha visto ante la necesidad de defender su decisión política y no permitir que la palabra mayoritaria del voto popular sea despreciada y echada al basurero por caprichos prorroguistas y arrojando por la borda el respeto a la decisión popular expresada en el acto de emitir su voto en las urnas, decisión que no es una proclama poética, sino que tiene el valor de un contrato o tratado, y cuyo valor es más determinante que cualquier expresión semántica.

Por otra parte, al parecer la realidad del país ha evolucionado hasta un punto delicado en que las ideas y razonamientos se los lleva el viento y ante ese estado de cosas, la solución solo se la puede encontrar por otros medios. Es más, la política ya no cumple las funciones tradicionales de resolver los problemas por el diálogo, sino que, lamentablemente, cede el paso a consideraciones extremas que inclusive están al margen de la voluntad de los individuos y se producen aunque se haga grandes promesas de paz y amor, situación que es de esperar no se produzca.

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