[Jorge Roberto]

Culto a la personalidad a la boliviana


Los bolivianos somos una sociedad que se cree demasiado especial (al igual que muchas sociedades alrededor del mundo). Entre esos mitos que nos alimentan el ego están nuestras incalculables riquezas, las cuales aún no logran con éxito sacarnos de nuestra miseria. Tenemos enemigos a muerte y territorios a reconquistar; para gran parte de la sociedad boliviana Chile no es un país vecino, encarna al usurpador de Latinoamérica y atesora como suyo nuestra salida al Pacífico. Nuestras danzas folclóricas son únicas y constituyen el mejor patrimonio de la humanidad.

Desafortunadamente, no son exportables como el tango, ni con la capacidad de ser reconocidas como bolivianas en cualquier otra parte del mundo. Empero, debemos defenderlas con fanatismo y con la seguridad de que el planeta entero sabe que la diablada, el caporal, la morenada y demás danzas son 100% bolivianas.

Algo similar pasa cuando nos referimos al ahora famoso “Museo de la Revolución Democrática y Cultural” que se encuentra situado en Orinoca, población de 600 habitantes y donde nació el presidente Evo Morales Aima. La exageración en el acto de inauguración no conoció límites y se dijeron cosas como por ejemplo: “Este es un museo que a partir de hoy es un centro de referencia mundial. Aquí nació el primer Presidente indígena de Bolivia, creció al igual que muchos de los otros niños abandonados por los gobiernos de entonces, aprendió de la solidaridad del ayllu, buscó mejores días y migró al Chapare, donde se convirtió en líder regional, posteriormente fue líder nacional”.

La inauguración del museo trajo consigo encarnizados debates de nuestros políticos. Obviamente, sus argumentos como de costumbre son viscerales y fuera de contexto. Algo que no debería llamar nuestra atención, ya que nuestra actual clase política nos tiene acostumbrados por más de 10 años a ir sin ningún rumbo con sus discursos. Hasta hoy, todavía creen ser la élite que va a guiarnos al desarrollo y encaminarnos hacia “felicidonia”.

Hace ya varios años el régimen que conocemos como “Proceso de Cambio”, con la excusa de no fomentar el culto a la personalidad, sacó de la Asamblea Legislativa Plurinacional el busto de Víctor Paz Estenssoro. Como cualquier otro régimen revolucionario se propuso reescribir la historia. Aparte de haber sacado el busto de Paz Estenssoro con rumbo desconocido, pensó modificar la historia a su medida. También creó una medalla vicepresidencial y enarboló a la Whipala como símbolo nacional.

El “éxito” con el cual arrancó el gobierno poco a poco se va desgastando. Después de 11 años de hegemonía, el gobierno entró en su ocaso. Lastimosamente, la resaca de poder no deja ver a sus partidarios que ya están en retirada. La ciudadanía en su conjunto ya puso final al mandato de Evo Morales el pasado 21 de febrero. Sin embargo, los soldados revolucionarios del “Proceso de Cambio” no logran percibir la realidad. Prefieren las actuaciones grandilocuentes, podemos mencionar al respecto al congreso nacional del Movimiento Al Socialismo, donde se acordó de manera unánime la futura relección del presidente; encontrar en helicóptero una laguna para proveer de agua potable a la ciudad de La Paz y bombardear nubes para intentar tapar la catástrofe de la Empresa Pública Social de Agua y Saneamiento, la cual es manejada por soldados del “Proceso de Cambio”.

Hace poco se inauguró oficialmente el museo en honor a Evo Morales, el discurso oficial nos dice que es un museo que resalta la lucha de los indígenas; pero las imágenes sobre los tesoros que guarda el museo más grande de Bolivia son retratos, estatuas y artículos que fueron regalados al primer mandatario. Se inauguró oficialmente el culto a Evo Morales, quien para sus partidarios es indispensable para llevar a Bolivia al desarrollo soñado. Orinoca es para el mundo, lo que Belén es para Occidente.

El caudillo ya es una leyenda viva y encarna en él la destrucción de las instituciones democráticas. Lo que olvidan es que “Bolivia es el país de los inconvenientes” y su revolución puede terminar en cualquier momento.

El autor es politólogo.

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