Si bien el año pasado la sociedad boliviana soportó sucesivos escándalos políticos a partir del “caso Zapata” y otros, este ha empezado padeciendo los lamentables efectos de una serie de plagas que están haciendo que se piense en medidas de seguridad individual en vista de que se observa tempestuosas nubes en el horizonte.
Este año empezó con problemas climáticos de consideración, comenzando con la prolongación de la sequía, cuyos tentáculos provocaron que toda la región del Altiplano carezca de agua y, en particular, las grandes ciudades, por un lado, se vean privadas del líquido vital y, por otro, los campos queden sin el riego necesario para las siembras y cultivos.
Esos factores determinaron que las poblaciones afectadas recurran a reducir el gasto de agua y obligar al gobierno a adoptar medidas de urgencia, de tal forma de evitar catástrofes sociales como el hambre y la hambruna. Entre otras medidas oficiales, el gobierno afirmó que había “bombardeado” algunas nubes y causado lluvias en la región altiplánica de La Paz y anunció que realizaría algunas obras de ingeniería hidráulica de emergencia, de tal forma de paliar la crisis, que aún no han sido iniciadas.
Mas, después de la aguda sequía de más de un año, de súbito nuestro país se vio castigado por otros azotes, en una cadena que recuerda las célebres plagas de Egipto que, en sucesión espantosa, asolaron los pueblos de esa civilización, con millones de ranas, piojos, moscas, muerte del ganado, granizadas, langostas, la llegada de las tinieblas y otros, fenómenos todos ellos causados por la tozudez de un faraón de tipo populista dedicado más a obras faraónicas (como las Grandes pirámides) que a prever el futuro y, en especial, no permitir que el pueblo de Israel obtenga su libertad.
Sin haberse cumplido las esperanzas de que pase la sequía, el país se ha visto frente a un abracadabrante rosario de calamidades de consideración y dolorosas consecuencias, como una plaga de langostas en la región oriental; granizadas con granizos del tamaño de un huevo en la Capital del Estado Plurinacional; lluvias intensas que inundaron la ciudad de Santa Cruz; calores intensos en Oruro y La Paz; fuertes vientos y aparición de epidemias bacterianas en Palos Blancos que dan muerte a la producción de frutales, granos y otros.
Esa notable cantidad de pestes permite a los sabios indígenas (yatiris, kullawayas, etc.) sacar conclusiones lógicas y han diagnosticado, en primer lugar, que el país estaría “kenchachado” (según la terminología aymara) y, en segundo lugar, según la visión cósmica andina, la tragedia sería solo momentánea, pues la sabiduría indígena también puede superar estos azotes por medio de “milluchadas”, rogativas, ceremonias esotéricas en las sayañas condenadas a la sequedad y otras.
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