Hans Dellien S.
El adjetivo más profundo, equivalente testamentario de la historia universal, ¡es la oscuridad!, abstracta, insustancial y dramática realidad cromática inicial de todos los principios, aparece estremeciendo la superestructura cósmica, mentalizando como interpretación la más absurda de las irracionalidades: ¡el azar! La oscuridad, recurso renovable de Creador, de cuya misteriosa naturaleza negra enrevesada, ininteligible y sin información, emerge la consustancialidad, que ilumina todas las cosas creadas y por crearse. Es la oscuridad principio del código súper matemático de la ingeniería divina, que trabaja con esotéricas tablas de ecuaciones; en las que la magia de la realidad supera insondablemente, la finita frontera de la fantasía.
En la plenitud de la tremenda oscuridad se dan todas las ideaciones míticas, de las energías incontrolables de los cielos, cual epinicio de las esferas, en escalas métricas de los pitagóricos. Pitágoras inició el enigma del universo con las matemáticas, y fue quien dijo que la contemplación de lo eterno es el fin de la filosofía, como la contemplación de los misterios es el fin de la religión, iniciando la actitud religiosa respecto a lo matemático.
Desde el Génesis escrito está que la creación en el comienzo de todo: “solo era un mar profundo cubierto de oscuridad y que el espíritu de Dios se movía sobre él”. Entonces dijo Dios “¡que haya luz!”. Y hubo luz, viendo que la luz era buena, la separó de la oscuridad y la llamó día y a la oscuridad noche, de ese modo se completó el ¡primer día! Si desde esa dicromática unidad cronológica medida para todos los acontecimientos que marcan el paso del hombre sobre la tierra, estuvo presente la oscuridad y antes que la luz, cabe imaginar si no lo hará en el acontecer de todas las demás cosas. En total oscuridad inmensas masas de gases vagaban en el infinito cosmos hasta que una explosión, el “Big Bang”, hace 14 mil millones de años, originó la expansión de las galaxias en un universo curvo.
El origen de la vida ocurre también en las oscuras profundidades de los mares cuaternarios, cuando átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno y fósforo, se combinan solos formando las primeras moléculas complejas dotadas de los atributos de la vida y según la creación divina y la evolución ayudada por una fuerza anímica que la mantiene y evoluciona. De esas aguas y en la oscuridad nacen las diferentes especies. No por azar sino por un designio inteligente; el azar parece una débil excusa huérfana de fe. El nacimiento del ser humano es también un encuentro en la oscuridad del ovulo femenino fecundado por el elemento germinal masculino, nace el huevo, embrión, embriogénesis, feto y el alumbramiento en nueve meses, ¡todo en la plena oscuridad!
Y lo más maravilloso es que la filogenia o evolución de las especies, de larga duración, en oposición a la ontogenia desarrollo del individuo, en apenas nueve meses, repiten etapas iguales, en la oscuridad más profunda de la historia.
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