Una receta coincidente para no soltar la rienda
Hernán Sarmiento C.
Turquía, ese país tan lejano y extraño en nuestro contexto, ubicado en una posición geográfica privilegiada entre Asia y Europa, es un aliado muy importante de la OTAN, dispone de uno de los mayores y mejor equipados ejércitos del mundo. Una realidad bien distinta a la de Bolivia, sin embargo no es difícil vislumbrar coincidencias si se observa a sus gobiernos.
Turquía es gobernada por un régimen autoritario que bordea con lo dictatorial. El Presidente Recep Tayyip Erdogan del partido islamista AKP lleva ya 15 años en el poder, el 16 de abril próximo se realizará en ese país un importante referéndum que decidirá si se reforma la Constitución para transferir al presidente de la nación todo el poder ejecutivo y hacer desaparecer la figura del primer ministro, actual jefe del Gobierno. (En caso de que venza el Sí en Turquía, Erdogan podría optar a presentarse a las elecciones presidenciales de 2019 y posteriormente renovar su cargo en 2024 durante otros cinco años). Una propuesta rechazada por los partidos de izquierda y por muchos ciudadanos, que temen se cometerá arbitrariedades en desmedro de los derechos civiles y la democracia de concentrar el actual presidente aún más poder.
En una típica despotricada, propia de personajes populistas-nacionalistas como el presidente turco, indicó que quienes voten por el No son “terroristas”, temeraria afirmación que en otras palabras criminaliza a los ciudadanos que disienten con el Gobierno.
Varios países, principalmente europeos, ven con tibia preocupación el menoscabo del Estado de Derecho y la violación a los derechos humanos en Turquía. Que de ser uno de los países más modernos en su entorno geográfico, laico y democrático, se ha convertido paulatinamente en un país que reivindica sin pudor prácticas religiosas del Islam Sunita, mientras altos funcionarios y familiares de la máxima autoridad se ven salpicados por impresionantes actos de corrupción. En Turquía ya es costumbre “apagar” YouTube cuando se filtra algún video que critica o prueba hechos de corrupción; se ha acusado al gobierno turco de restringir el uso de las redes sociales para frenar a los movimientos sociales. Varias personalidades, entre periodistas, académicos, opositores y activistas por los derechos humanos han sido arrestadas, algunos se ven forzados a refugiarse fuera del país. El control que el gobierno ejerce sobre los medios de comunicación ha llegado a ser casi absoluto, salvo pocas excepciones que continúan resistiendo (en el último año más de 3.500 periodistas críticos han sido despedidos y 151 informadores están tras las rejas).
Se acusa al Gobierno turco, especialmente al hijo del presidente, entre otras cosas de cooperar con el grupo terrorista ISIS en Siria e Irak, contrabandeando armas de fuego hacia las zonas en conflicto y de recibir ilegalmente petróleo, financiando y equipando de esta manera al grupo irregular que parece reivindicar la barbarie. Aunque esta acusación proviene del gobierno ruso, cuyo presidente, uno de los jefes de Estado más ricos del mundo, no es ningún paladín de la democracia y transparencia, muchos periodistas críticos y activistas opositores en ese país han muerto sospechosamente con métodos similares a los que usaba la antigua KGB soviética.
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