Vamo’ arriba
Gonzalo Bagnasco
El gordo Sergio tiene una Toyota Land Cruiser del 94. En realidad tiene 3 camionetas, pero él maneja “la más viejita”. Las otras, las conducen dos de sus hijos, ambos con nombres que empiezan con E.
El gordo Sergio mide poco más de un metro sesenta, pesa mucho más que 90 kilos y hace varios días que no se baña.
El gordo Sergio usa remera Adidas, gorrita Nike y pantalón Levi’s, todo en tono de grises. El gordo no se casa con ninguna marca, pero se casó con dos mujeres en paralelo, una en su lugar de residencia y otra en el pueblo que visita a menudo por trabajo.
El gordo Sergio dice que los tatuajes “van en contra de las leyes del señor”, pero tiene algunas palabras grabadas con tinta china en su mano. Parecen hechas en la cárcel. Él asegura que las obtuvo en el ejército.
El gordo Sergio te pasa a buscar a las 13:30 cuando tendría que haberlo hecho a las 10:00. El gordo pide cambio para coimear a un policía y poder entrar al Salar de Uyuni en un vehículo viejo, destartalado y sin autorización.
El gordo Sergio dice que hace 18 años que atraviesa el salar a diario, pero cuando empieza a anochecer se pierde, se desespera, se baja de la camioneta tres veces, mira en lontananza y te pide que lo ayudes a buscar “dos puntos negros en el horizonte”.
El gordo Sergio, después de varios intentos fallidos ve tierra; y entre un pueblo con luz eléctrica, agua caliente y una posada previamente reservada, y otra localidad de 40 habitantes sin luz ni agua, elige la segunda. Que su amante viva en esa zona es pura casualidad.
El gordo Sergio no te acepta una copa de vino en la cena, pero le dice que sí a todos los otros tragos que la noche le presenta. El gordo, con el histrionismo de un Dustin Hoffman altiplánico, hace la mímica de acostarse a dormir pero no pega un ojo en toda la noche.
Al gordo Sergio, el sol de las 8 de la mañana lo hace reaccionar y volver tambaleándose del bar al hostal.
El gordo Sergio dice que habla 3 idiomas, pero el dialecto que intenta verbalizar mientras sus clientes desayunan, no es castellano, aymara ni quechua.
El dueño del hostal sin luz ni agua caliente, lo conoce al gordo Sergio desde hace años y ofrece sus servicios de traductor, ad honorem.
El gordo Sergio alega condiciones climáticas adversas para realizar el resto del tour y recomienda quedarse en el pueblo a pasar el día. El hígado del gordo Sergio tiene aguante, no lo voy a negar.
El gordo se enoja ante la protesta de los turistas que no consideran rentable haber pagado 500 Bolivianos cada uno, para visitar únicamente un bar en la localidad de Tahua y escuchar las inverosímiles anécdotas de su beodo lazarillo.
El gordo Sergio insulta al aire, deslizando el nombre de su jefa, porque a él solamente le dan 200 Bolivianos por pasajero. El gordo comete el error de llamar por teléfono a su superior que, alertada por el carreteo de la lengua de Sergio, lo indaga para saber si el obeso conductor consumió alcohol la noche anterior.
El gordo Sergio se olvida que él es el único que tiene celular con señal en el medio del salar y tapando el micrófono de su Motorola Startac pregunta: “¿Quién le dijo a Doña Fátima que yo estoy tomado?”.
El gordo Sergio se ve acorralado y entre vociferaciones xenófobas y amenazas atemorizantes, se sube a su Toyota y emprende el viaje de regreso dejando a los 7 turistas a la deriva, solos, en un poblado aislado en medio de la extensión de sal más grande del mundo.
El gordo Sergio una hora después de haberse ido, es alcanzado por algunos colegas suyos que alertados acerca de la situación, lo siguen, lo encuentran y utilizan una dialéctica coercitiva y sindical, que acaba por convencer al gordo de volver a Tahua.
El gordo Sergio, a regañadientes y sin emitir palabra (pero emitiendo periódicas regurgitaciones) lleva a los clientes de vuelta al pueblo de Uyuni, que a esas alturas ya se parece bastante a la Panacea.
El gordo Sergio desaparece al instante y es imitado por doña Fátima, que al ver que los turistas se dirigen a su agencia de turismo (Wara Altiplano) a reclamar, se viste de David Copperfield y se esfuma, dejando a su hija de 10 años a cargo del local.
El gordo Sergio es oriundo de una ciudad en la cual el jefe de policía se excusa, diciendo que conoce a Fátima, pero no puede ir a buscarla porque “es martes de ch’alla” y la gente lo va a insultar, faltarle el respeto o agredirlo físicamente.
El gordo Sergio duerme, reflexiona y al otro día, pide perdón.
Por eso el gordo Sergio, en realidad, no se llama Sergio.
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