Mundo literario
Pedro Antonio Curto
Un sábado de agosto de 1950 el escritor italiano Cesare Pavese entraba en una habitación del hotel Roma de Turín para acudir a una cita esperada y abrazar a una de sus amantes más fieles; se quitaba la vida con seis sobres de somníferos. Una idea, la del suicidio, que se repite en sus diarios y está presente en alguna de sus obras, así se suicida uno de los protagonistas de su novela “Entre mujeres solas”. Es un parte más del concepto de “destino” que él tenía. La mitología del suceso cuenta que llamó a tres mujeres antes de dar el paso, aunque como dicen unos versos de Leopoldo María Panero quizás no llamó a nadie pues a nadie había a quien llamar. Por-que la soledad más profunda y dura es la conciencia de estar solo, en la cual Pavese buceaba en los ma-res más ocultos. Y es que la soledad era uno de sus temas literarios y vitales, una soledad que no llegó a dominar o no quiso aventurarse a luchar contra ella, su obra, como él mismo confiesa, no es más que el esfuerzo continuo por quebrar esa soledad y lograr la comunicación intensa y profunda con los demás.
Se publica por primera vez traducida al castellano la novela “Camino de sangre”, libro póstumo que aporta nuevas visiones a la obra pavesiana. Escrito a cuatro manos con la autora y psicoterapeuta italiana Blanca Garufi, se trata de un curioso experimento literario. Basada en dos personajes, Giovanni y Silvia, nos relatan desde un monologo interior una misma historia, pero construida a partir de las sensaciones y cosmovisiones que cada autor aporta al personaje que de alguna forma encarna.
En su obra la mujer tiene un papel principal, y la presencia de su fuerza está sobre todo en un poder oculto, en lo que tiene de enigma y extrañamiento ante la mirada masculina. Así Pavese crea mujeres lejanas e indiferentes que se parecen bastante a sí mismas y en ellas el misterio es más fuerte e intangible.
En “Camino de sangre” Giovanni nos va dibujando a una Silvia concreta pero que trasciende de la propia Silvia: “Porque desde muchacho supe siempre que encontraría una Silvia y que lloraría y me pelearía con ella. Ahora me parecía imposible que alguna vez hubiese podido creer en otra mirada y en otra boca, aunque ya en los días más sangrantes de aquel verano advertí que aquellas que la habían antecedido no habían hecho sino anunciarla. (...) Y la Silvia que había extirpado de mí y ahora era realidad, con toda su aparente emancipación, una cosa salvaje, hecha de sangre y sexo.” Aquí la presencia de Blanca Garufi ejerce de contrapeso a la visión pa-vesiana, es una mujer que adquiere una personalidad e identidad propia: “Y de repente supe cómo era, lo supe en aquel trastorno, como una ciega en un mundo que ve, supe lo que nunca había sido, en qué me diferenciaba.”
Unos meses antes de quitarse la vida, Cesare Pavese recibía el premio Strega, uno de los más valorados de las letras italianas. He observado una fotografía donde se le hace entrega de ese premio; con las gafas ligeramente caídas por su nariz afilada y las cejas arqueadas en un gesto de ironía o escepticismo, con una media sonrisa que no llega a hacerse plena frente a la alegría que muestra la mujer que le entrega el galardón. Quizás porque la literatura, para el escritor italiano, iba más allá que esos galardones, in-cluso son contradictorios con la habitación oscura y solitaria donde la creación se produce.
Es significativo ese gesto en la cumbre del éxito, pues como dijo mucho después el escritor holandés Cees Nooteboom: “La victoria no es nada. La victoria no deja huella, es una satisfacción pasajera. La vida es derrota.” Eso lo sabía Pavese pues la llevaba en su interior desde muy pronto, con una parte de ella estaba construida su obra, donde la saludó muchas veces: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.”
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