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Las volteretas de 180 grados ocurren en todas partes. El presidente Donald Trump dio hace poco un trampolín que dejó boquiabierto a medio mundo, a solo horas de haber intentado parapetar su imagen, deteriorada por él mismo cuando trataba de condenar episodios violentos de racismo en una pequeña comunidad del estado de Virginia.
El mandatario colocó en el mismo saco a los que sentían sus derechos avasallados y a los ultranacionalistas blancos, neo-nazistas, antijudíos y Ku Klux Klan agrupados bajo un denominador común que pretende que existe una “supremacía blanca”. El KKK le agradeció su “honestidad y coraje” cuando condenó la violencia “de muchos lados” sin menciones específicas a los grupos ultraderechistas.
Que midiera a todos por igual enardeció incluso a dirigentes de su partido. El mandatario ensayó el lunes un equilibrio y apuntó por su nombre a los grupos “supremacistas”, uno de cuyos militantes había enfilado su vehículo sobre quienes protestaban contra el racismo extremista. La arremetida aplastó a una mujer y la mató.
Apuntar a grupos derechistas era demasiado para el presidente republicano. No pasó un día antes de que volviera a retroceder y a condenar solo genéricamente la violencia. Pero de inmediato no le salió una palabra de condolencias por la muerte de Heather Hayer. Solo días más tarde, ante la avalancha de críticas que le sobrevinieron, dijo que la joven de 32 años era una persona muy especial.
Mientras esas idas y venidas ocurrían en el norte, acá en el sur el partido de gobierno daba su propio trampolín y abrogaba una ley que seis años antes había sancionado bajo la indignación general desatada por una carretera que partirá el corazón del Tipnis, y por la furia de la policía para desbandar una marcha de indígenas indefensos que se oponían a la obra. El presidente Evo Morales fue exultante a Trinidad para firmar la ley, mientras muchos indígenas contemplaban impotentes la inminencia de la obra en su territorio. En Santa Cruz, los indígenas, algunos con ojos enrojecidos, no pudieron evitar que los afiliados al gobierno pasasen a ocupar las oficinas que creyeron suyas por derecho.
Los zigzagueos y trampolines ante cuestiones fundamentales son reprensibles y cuestionan el apoyo a líderes con ese comportamiento, que suele ignorar compromisos y desnuda la ineptitud moral de quienes asumen el papel de dirigentes.
La aprobación de Trump bajaba a niveles inexplorados cuando ocurrió el nuevo entripado y afianzaba la creencia de que está sobre una ruta capaz de llevar rauda a su enjuiciamiento.
En nuestras latitudes, quitar la protección al Tipnis puede haber desatado el saco de los vientos.
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