[Álvaro Riveros]

Clepsidra

Monumentos populistas


Nunca antes la impronta del populismo se hizo tan evidente como en los últimos acontecimientos sucedidos en la ciudad estadounidense de Charlottesville, Virginia, cuando un grupo de fundamentalistas y revisionistas históricos, bajo el pretexto de eliminar símbolos racistas, se dieron a la innoble tarea de destronar de sus monumentos a próceres que, como el Gral. Robert E. Lee, pertenecen desde hace 160 años al acervo histórico de la Unión.

Es más, hoy la figura del Gral. Robert E. Lee, que ya era respetado por sus contemporáneos al conocerse legítimamente su apoyo al plan de abolición de la esclavitud en 1864, no solo es admirado, sino enaltecido en el sitial de un perfecto caballero sureño, hasta el punto que su muerte fue sentida por su rival y presidente de los EEUU, Ulysses S. Grant.

Paradójicamente, esa fiebre iconoclasta nos evoca a los Talibanes islámicos que en el año 2001, ante el estupor de la humanidad civilizada, hicieron volar por los aires las imágenes de Buda, talladas hace 1.500 años sobre roca, en el valle de Bamiyán-Afganistán, bajo el estúpido pretexto de que dichas estatuas eran ídolos que no correspondían a las enseñanzas del Corán.

Pocos años más tarde, imbuidos de esa misma vocación de tractoristas, varios gobiernos surgieron bajo la corriente del inefable micomandante Hugo Chávez, a la sazón convertido también en historiador, que decidió de un plumazo eliminar del acervo histórico de la nación, a la figura del Gral. José Antonio Páez Herrera, jefe Militar del Departamento de Venezuela en 1830 y líder del movimiento que convirtió a Venezuela en una república autónoma, al separarla de la Gran Colombia. Asimismo, Chávez impulsó el derribo o sustitución de todos aquellos símbolos o monumentos considerados por él ajenos a la “cultura revolucionaria bolivariana” que trató de implantar en naciones afines y su remplazo por otras que él estimaba más apropiadas a su línea política y, por supuesto, a todas aquellas que ensombrecían su incipiente figura de “Comandante Eterno”.

En ese afiebrado culto a la personalidad, ya introducido por Stalin y practicado muy seriamente por los Castro en Cuba; exportado a países del continente como una eficaz herramienta para instrumentar el “Socialismo del Siglo XXI”, no pudo quedarse al margen la viuda de Kirchner y, ante la sugerencia dolarizada de Chávez, ordenó la remoción de la estatua de Cristóbal Colón en Buenos Aires y su sustitución por la de Dña. Juana Azurduy de Padilla, donada en parte por nuestro gobierno. Con el cambio de gobierno en esa nación, dicho atropello acaba de ser enmendado, con la relocalización de ambos recordatorios.

No fuimos ajenos a esa demoledora manía chavista de insinuar el cambio de algunos símbolos y monumentos nacionales, como el que don Pedro Domingo Murillo ceda su pedestal a la estatua de Dña. Bartolina Sisa; la imposición de la wipalla, (bandera colonial de los Tercios españoles) como símbolo nacional; la insolente pretensión de eliminar de las estrofas del himno cruceño algunas expresiones que hacen alusión a España; o la creación de una estatua al invasor de nuestro territorio, el argentino Che Guevara. Típicas acciones revisionistas de aquellos que persisten en cautivar el poder erigiendo monumentos populistas.

 
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