En nombre de la democracia, aprender de los tiranos

Ernesto Bascopé Guzmán

La historia de muchas dictaduras se asemeja a un conjunto desordenado de relatos fantásticos y anécdotas, entre cómicas y siniestras; como si los autócratas tuvieran un retorcido y enfermo sentido del humor. Los ejemplos al respecto abundan, desde los cuentos de lujo grotesco y violencia de los tiranos árabes hasta el absurdo y costoso culto a la personalidad de los antiguos jerarcas comunistas, sin olvidar, por supuesto, a los caudillos latinoamericanos, tan pintorescos e impredecibles.

Con estos antecedentes se comprende la tentación de desestimar dichos regímenes y tratarlos como meros accidentes de la Historia o incluso como una fase primitiva, pero necesaria de la evolución social. Desde esta perspectiva, la democracia sería una conquista irreversible y las dictaduras tan solo un mal recuerdo.

Asumir tal cosa sería un error, evidentemente. Venezuela nos demuestra cada día la vulnerabilidad de las democracias y Rusia es el ejemplo perfecto de la creatividad de los autoritarios para utilizar el ropaje y lenguaje de la libertad, a fin de ocultar sus peores prácticas.

Es por ello que los demócratas deben estudiar a los regímenes autoritarios, si se quiere frenar su avance y prevenir la aparición de tiranos. Tal y como sucede en medicina, donde los conceptos de enfermedad y salud se encuentran íntimamente ligados, las ideas de tiranía y libertad se las comprende mejor si se las contrapone y compara. Además, ¿qué es el pensamiento autoritario si no una terrible patología social?

En Bolivia, este análisis comparativo de los regímenes autoritarios podría ser muy útil para los defensores de la democracia, embarcados en una lucha desigual contra un gobierno que se preocupa cada vez menos por aparentar que respeta el Estado de Derecho y las libertades fundamentales. Al respecto, es posible afirmar que los demócratas bolivianos aprenderían mucho de la lucha de sus pares en Rusia, Turquía y China. Que se trate de estrategias, organización y discurso, nuestros activistas tendrían mucho que ganar del análisis de esas otras realidades.

En un ámbito mucho más siniestro, debemos recordar que los Estados autoritarios modernos han perfeccionado una serie de prácticas y tecnologías para controlar a su población, acallar a la prensa, además de prevenir la difusión de ideas contrarias al discurso oficial, incluso en ese aparente oasis de libertad que es Internet. No es un exceso de pesimismo suponer que nuestros gobernantes miran con interés estas herramientas, muchas de ellas en manos de gobiernos “amigos” -nuevamente China y Rusia, pero también Irán y Cuba-. Permanecer vigilantes ante cualquier intento de implementar dichas herramientas sería, como mínimo, un saludable gesto de prudencia por parte de la ciudadanía boliviana.

Debemos reconocer que el actual gobierno, gracias a su hegemonía en los medios y entre los intelectuales bolivianos, ha logrado evitar que la sociedad debata sobre libertad y democracia. Distraídos por los constantes escándalos de corrupción, angustiados por la inseguridad y la crisis que se avecina, los ciudadanos tampoco han tenido la oportunidad de ocuparse de estos temas fundamentales. Sin embargo, es urgente hacerlo: o aprendemos de los tiranos para vencerlos mejor o serán los autoritarios los que tomen la iniciativa, con consecuencias desastrosas.

El autor es politólogo.

 
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