El Papa Francisco, reiterando anteriores pedidos, pidió perdón por el hecho de que sacerdotes de la Iglesia hayan violado a mujeres y niños. Esta actitud de humildad y arrepentimiento por pecados ajenos es reiteración de lo que hicieron anteriores Pontífices como Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II que, en reiteradas oportunidades, han condenado a miembros de la Iglesia Católica que han cometido el crimen de violar a mujeres y niños aprovechando el ejercicio de su ministerio.
Lo lamentable de esta situación es que en la mayoría de los casos, quienes han cometido los delitos parece que no reaccionan y menos muestran arrepentimiento por sus delitos y continúan en malsana conducta de complotar contra los derechos de su feligresía. En las diversas comunidades no se sabe si paralelamente a los pedidos de perdón hechos por los Papas, los abusadores hubieran sido puestos a disposición de la justicia y condenados a muchos años de cárcel y suspensión definitiva de su ministerio. Esto ocasiona que la comunidad, así tenga firmes convicciones religiosas, no cree que en todos los casos se haya dictado las respectivas condenas y penas consiguientes contra los violadores.
El problema es grave desde todo punto de vista, porque quedó siempre entendido que los religiosos -sacerdotes y monjas seculares, sacerdotes y monjas conventuales- hicieron votos de castidad y comprometieron con su palabra no infringir las disposiciones claras sobre abstinencia; además, observar conductas de pobreza, obediencia y humildad, virtudes que aparecen, al lado de los delitos cometidos con violaciones, simples compromisos de apariencia y no hechos con la seriedad, honestidad y sentido de responsabilidad que debían. Todo esto habría creado una especie de impunidad y, además, ejemplos para que otros religiosos cometan los mismos delitos sin peligro alguno y, por supuesto, con abstracción de los dictados de la propia conciencia.
Siempre son plausibles las palabras del Sumo Pontífice; pero, dadas las muchas experiencias, existe la convicción en las comunidades católicas y de otros credos, de que los buenos propósitos y pedidos de perdón deben ser acompañados por sanciones que establecen no solamente las disposiciones canónicas sino las leyes civiles del país donde son cometidos los ilícitos. De otro modo, se crea las condiciones propicias para que se repitan estos delitos, que si bien son condenados por la población civil, son muchísimas veces más condenables y execrables en quienes, por su ministerio religioso, están obligados a cumplir estrictamente sus votos. No conviene que en la Iglesia rija el principio ejercitado por autoridades que no saben de sus deberes: “dejar hacer y dejar pasar”; el pedido del Papa Francisco, por moral y vergüenza, debe ser cumplido con sanciones que sienten precedentes.
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