Lección para dictadores

En noviembre de 2017 estuvo de visita en Bolivia el dictador de Guinea Bisao, Teodorin Obiang, quien ofreció al presidente Evo Morales un cursillo rápido para quedarse en el cargo durante cincuenta años.

Pues la lección ha comenzado. En los días pasados, el fin de semana, el hijo de Teodoro llegó a Brasil, cuando faltan pocas semanas para las elecciones, con un paquete de regalo de 40 millones de dólares, probablemente para la campaña del heredero de Lula da Silva.

La idea es que si los dictadores no se ayudan, pues poco pueden esperar de los demás. El dictador africano está en el cargo desde 1979, un récord envidiable para los aprendices de dictadores de esta región. Hay que predicar con el ejemplo.

Sobre el cursillo rápido, la aclaración preliminar es que el aspirante a dictador no puede, de ninguna manera, bajo ningún pretexto y ninguna razón, renunciar al cargo o alejarse de él.

Eso está claro. Si eres aprendiz de dictador es que has sido corrupto. De otra manera no se explica que quieras ser dictador. Nadie que no haya sido corrupto, dice este cursillo rápido, puede aspirar a quedarse.

Y para respaldar esta tesis están los casos de Lula da Silva, Rafael Correa y Cristina Kirchner, que cometieron el error de dejar el cargo y ahora o están en la cárcel o en puertas.

No hay que dar a la legalidad, dice esta lección, ninguna oportunidad. No se puede confiar en las leyes, en suma. O acabas con ellas o ellas acaban contigo. Resumiendo: eres o no eres dictador. Si lo eres, te quedas en el cargo cueste lo que cueste, pisoteando constituciones, ignorando referendos, menospreciando principios morales. Todo eso puede esperar, menos tus ansias de ser dictador.

El hijo del africano, dice O Estado de Sao Paulo, llegó a Brasil a bordo de un avión Boeing 707 y traía, entre sus maletas, los 40 millones de dólares que seguramente estarían destinados a la causa del populismo que deviene en dictaduras.

Ha surgido, se entiende ahora, la internacional de los dictadores. Sólo tienen que confiar en sus posibilidades de enriquecimiento y -esto es imprescindible- un pueblo que esté dispuesto a tolerarlos, a soportarlos.

Una fórmula que nunca falla.

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