Siempre es ingrato escribir sobre temas de injusticia, pero ante la insistencia y su ingrata prolongación, es ya imperativo referirse al caso que periodísticamente conozco.
En efecto, por razones estrictamente noticiosas y de manera fortuita me puse a ver algunos días la actuación funcionaria que cumplía el entonces prefecto de Pando, Leopoldo Fernández.
Lo hice porque me preocupaba el atraso del departamento de Pando y la ninguna atención que se le prestaba desde la sede del Gobierno, de manera que me impresionaba lo laborioso que era Fernández, pese al modesto presupuesto que se le otorgaba.
No lo conozco hasta hoy personalmente, pero me causaba impacto la inquietud que tenía para atender las necesidades y, más todavía, el progreso que le imprimía a tan olvidada tierra, digna de mejor suerte. Además, pese a la adversidad que le rodeaba, su carácter era amistoso y muy predispuesto al servicio.
En ese tiempo, mi trabajo periodístico lo cumplía sólo en la tarde, de manera que disponía de tiempo en la mañana para estar en mi casa atento a las informaciones, que las captaba por la TV. Me atraía Pando porque su lejanía y limitaciones me impactaban mucho.
Un día de esos, cuando estaba en ese afán, súbitamente llegó un avión y descendieron de él varios militares. Supuse que estaban realizando una visita o hacían alguna de sus actividades.
Los militares fueron a la Prefectura, y pensé que iban a saludar a la autoridad departamental, función que entonces desempeñaba Leopoldo Fernández.
Todo aparentaba desarrollarse con normalidad, en esas circunstancias le pidieron a Fernández que les acompañe en su retorno a La Paz. El Prefecto, por el calor habitual que se tiene en Cobija, trabajaba en camisa, con mangas cortas. Sin pedirle siquiera que se ponga un saco, en ambiente más bien amistoso, se embarcó en el avión y hasta hoy no ha vuelto a Cobija. Pues esos militares habían ido a detenerlo, pero presuntamente sin decirle la misión que cumplían; en ese ambiente relajado lo trajeron a La Paz.
En el exterior de la Prefectura había normalidad, pero el Prefecto había recibido la noticia de que llegó el ministro Juan Ramón Quintana, en un avión que aterrizó en población vecina a Cobija. Presumiblemente, a Fernández le llegó algún trascendido, por lo que de pronto hizo abrir una pequeña zanja en el camino, al parecer como un medio de impedir el paso de vehículos hacia Cobija.
El avión militar llegó a Cobija el 11 de septiembre de 2008, desde la mañana de ese día, cuando trajeron a Fernández a La Paz, todo estaba en absoluta calma. Sin embargo, la información oficial difundida y sostenida hasta hoy es que se produjo la “masacre” de Porvenir.
Cuando los militares trajeron a Fernández, en Cobija prevalecía la calma. Sin embargo, después que había llegado Quintana a Bermejo, apareció alguna gente próxima a la Prefectura. En todo caso, hasta que Fernández fue traído en el avión de los militares, todo estaba en calma.
Empero, la versión oficial es que se detuvo a Fernández porque se había producido la “masacre” de Porvenir. Asegura, además, que en ella murieron 11 personas por impacto de bala, aparte de otras dos personas.
Se atribuye a Fernández la responsabilidad de la “masacre” y sobre esta base se lo sometió a la justicia, donde se le impuso la sentencia de 15 años de reclusión en la cárcel de San Pedro, en La Paz. La pena le fue impuesta por el Tribunal Sexto de Sentencia de esta ciudad.
El pasado 21 de marzo se han cumplido 10 años de la detención de Fernández, de manera que le restan cinco para terminar de cumplir la pena. Cinco años ha estado recluido entre la cárcel de San Pedro y Chonchocoro y los otros cinco en su domicilio. Sin embargo, en marzo de 2017, el Tribunal Sexto de Sentencia resolvió que sus años de detención domiciliaria no se sumarán a la condena.
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