II
Nicómedes Sejas T.
ESTATISMO Y CORRUPCIÓN
Aquí es inevitable develar el extravío del poder ejercido despóticamente en prácticas antidemocráticas con un subproducto muy amenazante para el Estado boliviano, la corrupción. No es un descubrimiento que el estatismo y la corrupción ya son dos variables que se refuerzan mutuamente, sin credibilidad de discurso justificatorio.
La política debe volver a sus orígenes históricos
Discursivamente, el oficialismo también ha popularizado la antinomia racial: indios contra k’aras -con la expresión ideológica de cambio contra neoliberalismo. Una vez más la mayoría de los unitaristas de la oposición razonan con la misma lógica racista.
Los opinadores unitaristas creen que la oposición debe articularse en torno a un candidato k’ara “demócrata” contra el déspota indígena.
Siguiendo la lógica oficialista, los opinadores de la oposición han asumido la construcción de dos bloques raciales.
El bloque oficialista gira en torno a lo indígena, aunque la mayoría de sus operadores sean de clase media o indigenistas pragmáticos que sacan provecho de su simulación para mantenerse en el poder. El factor de unión de este bloque es el mito indigenista de que al mantenerse en el poder está dando cuenta de cinco siglos de exclusión y labrando su reivindicación.
Este indigenismo socialista ha renegado de sus tesis revolucionarias y no tiene otro recurso que el uso instrumental de las aspiraciones indígenas. El 30% de electorado rural identificado como indígena es un capital electoral muy envidiable, que parece muy conforme con que el titular del poder sea de origen indígena y, sobre todo, muy dispuesto a votar por el mismo candidato a cambio de pequeñas prebendas, las veces que sean necesarias.
Los estrategas del oficialismo saben también que aquel electorado tiene una fuerte lealtad con un solo candidato, con aquel que ha llegado desde el Chapare bloqueando los caminos en defensa de la coca excedentaria, en el peor momento de crisis de representatividad del sistema político.
Evo Morales no es un líder, es una carta electoral, y sólo discursivamente parece estar realizando el mito del pachacuti.
Los unitaristas de la oposición invocan la democracia en términos abstractos, democracia contra despotismo, pero con una confusión insalvable, que la democracia por ser abstracta no se contrapone al despotismo, en la medida que ya no se lucha por los principios generales. La democracia en Bolivia tiene un pasado colonial. Desde la fundación de la República ha sido el instrumento de opresión de una élite política para conservar su hegemonía contra los pueblos indígenas.
Los unitaristas de la oposición se equivocan al postular un candidato que representa la demanda de una democracia abstracta, porque queda subsumida en la vieja tradición de la democracia que otrora fue legitimadora del sistema excluyente.
Por otra parte, el racismo oficialista carece de respuesta en los opinadores unitaristas, porque sería impertinente invocar el valor de un candidato k’ara o señorial en una coyuntura de emergencia del movimiento indígena y de respeto al pluralismo cultural.
La democracia es para unir, no para profundizar las diferencias
Entre los opinadores del unitarismo y el oficialismo hay una peligrosa coincidencia: el oficialismo se yergue en su racismo excluyente de la que trata de sacar ventaja electoral y los opinadores con obviar el tema ignoran el problema social estructural de la intolerancia cultural y étnica de la sociedad boliviana.
La democracia en Bolivia tiene su propia historia. Tras la derrota del ejército chapetón, el régimen republicano fue administrado por una élite colonialista, las normas e instituciones republicanas fueron sólo de nombre; el indio continuó siendo el paria y los descendientes de los encomenderos la nueva élite, los indios continuaron siendo los tributarios obligados y la élite la beneficiaria del pongueaje en las haciendas y de los tributos en los cargos públicos, como legisladores, administradores de justicia y como gestores desde el poder ejecutivo.
En la historia más reciente, aquel sistema excluyente fue perdiendo legitimidad, porque los excluidos tomaron conciencia de su situación en la experiencia de la defensa de sus tierras comunitarias con Zárate Villka, en la defensa del territorio nacional en la Guerra del Chaco, en el levantamiento de Jesús de Machaca y en los levantamientos del Norte Potosí; empezaron a demandar su ciudadanía y con ella sus derechos.
Las reformas para desmontar los resabios del régimen colonial fueron las demandas de los excluidos, pero no para instaurar una nueva hegemonía excluyente, sino para construir colectivamente una sociedad donde se respete la diferencia. La democracia boliviana si no es parte de la lucha por la ciudadanía carece de norte.
Los intentos reelectoralistas del oficialismo son el fantasma de las viejas hegemonías colonialistas, un retorno a las viejas prácticas excluyentes, una perspectiva equivocada para consolidar las reformas dolorosamente alcanzadas.
El extravío del momento no es más que el revanchismo de una generación de frustrados socialistas que nunca pudieron llegar al poder, a no ser como socios minoritarios en tiendas políticas liberales, y una vez en el poder usan el voto indio para medrar del Estado.
Elegir opciones ideológicas y no solo candidatos
Es importante superar los límites del discurso del oficialismo y de los opinadores aludidos, en que las próximas elecciones nacionales no se reducen a candidatos y personas, sino sobre todo a la elección de opciones ideológicas.
Tenemos la urgencia de esclarecer que el problema que lastra nuestra democracia es la crisis de representatividad indígena-popular que el MAS no ha resuelto en más de una década en la perspectiva histórica del proceso político boliviano, esto es, resolver los condicionamientos del colonialismo interno que se reproducen en diversas formas de indigenismo.
Oficialistas y opinadores de la oposición quieren conducir al electorado al estrecho callejón a cuyo final no hay más que el indigenismo de sesgo socialista y el viejo liberalismo. Los electores estamos obligados a remontar tales estrecheces para encontrar la opción de una genuina expresión ideológica anticolonial, capaz de resolver el estado de fragmentación en que nos hallamos.
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