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[Raúl Alcázar]

La Haya, el último adiós

II

LUNES 1 DE OCTUBRE DE 2018

Al presidente le fue muy difícil conciliar el sueño. Tan habituado está a que todas las decisiones pasen por sus manos, que esa noche le asaltó el temor de que algún detalle le haya pasado inadvertido. Acostado ya, resonaron en su cabeza las frases de su inseparable compañero David Choquehuanca Céspedes, quien fuera su “hermano” canciller, hasta hace unos meses ausente en La Haya por razones desconocidas. “Hay un solo Fidel, un solo Gandhi, un solo Mandela y un solo Evo”. Temprano en la mañana inició su rutina de ejercicios en el Spa del hotel, periodistas chilenos solicitaron registrar su visita, él accedió y en un lenguaje indescifrable invitó al reportero chileno a acompañarlo en el trote matutino del día siguiente, lo que no sucedió.

Casi a la misma hora “Tuto” Quiroga salía a trotar, más tarde publicaría fotos suyas con un arcoíris como una “buena señal”. La frondosa delegación boliviana compuesta de 8 vehículos, escoltados por 6 unidades de motocicletas de la policía, llegó a la Corte casi una hora antes. El presidente boliviano descendió del mismo lujoso vehículo color ceniza que lo había recibido día antes y con un saludo al público se entremezcló en la Corte. Detrás de él, y en una caravana de vehículos oscuros, llegaron los funcionarios bolivianos.

Ninguno de los jueces arribó en vehículo oficial, algunos portaban la peluca en la mano y llegaron en bicicleta para aproximarse a pie a la entrada, sin comitiva alguna. El agente chileno Claudio Grossman llegó caminando, un coche oscuro lo dejó en las inmediaciones, y discretamente los coagentes fueron ingresando al palacio. Empezaba a lloviznar. Un gato negro salió del tribunal antes del ingreso de los tribunos en una imagen que la agencia EFE inmortalizó.

La lectura de la sentencia final del fallo No 49 de 1 de octubre de 2018, de la CIJ de La Haya dejó a Bolivia sin ninguna “plausibilidad jurídica” en cuanto a la “obligación de negociar con soberanía un territorio para en el océano Pacífico”. La corte concluyó que no existe ningún compromiso, ningún punto de acuerdo o desacuerdo legal sobre el tema y que estos propósitos por parte del Estado chileno pueden ser considerados solamente como un “deseo de negociar”. La televisión enseñó generosamente las imágenes de los rostros de la delegación boliviana, que se fueron transformando dramáticamente en cuanto escucharon el dictamen.

La alicaída delegación chilena no tenía preparada alguna declaración. Profundamente sorprendido con el fallo, el agente Grossman alcanzó a decir: “El fallo ha sido de una contundencia innegable, este no es un triunfo para Chile, es un triunfo para el derecho internacional”.

Al concluir la sesión, dentro del palacio, la delegación boliviana analizó la posibilidad de abandonar el recinto sin emitir declaración alguna, pero al final destinaron el tiempo en traducir el párrafo 176 del resumen y sujetarse a la última ilusión de volver al Pacífico: Invocar la buena voluntad chilena. Interminables 40 minutos demoraron en aparecer. Ajenos al desconsuelo, los 8 automóviles de la comitiva se instalaron en la puerta inclementemente, el jefe de Estado con las manos en los bolsillos tuvo que sortearlos, bajar unas escaleras para difundir a la prensa en la más apesadumbrada declaración pública que le tocó efectuar. “Bolivia nunca va a renunciar (a) su enclaustramiento”. Los ex presidentes actuaron de hidalgos caballeros, escoltándole los flancos, mientras se retiraba. Luego ordenó dirigirse al aeropuerto sin retirar sus enseres personales, pero lo convencieron de que era mejor ir al hotel para iniciar el viaje de vuelta.

Al llegar al vestíbulo, el presidente expresó a los corresponsales, sin que nadie le preguntara: “El Rodríguez Veltzé dará una conferencia de prensa en la embajada, vayan allá”. El arribo se convirtió en un tumulto, el presidente no supo cómo llegar a los ascensores, intensamente desorientado trató de sortear unas gigantografías que le impidieron acceder al inicio de los elevadores. La administración del establecimiento tampoco esperaba esa resolución, por eso instalaron los carteles en el lugar, precautelando la incomodidad de la delegación cuando retornara, mucho tiempo más tarde. La caravana se detuvo ahí, como en un rictus. La Ministra de Comunicación encontró la salida en medio de los enormes letreros y señaló el camino. “Por aquí”. Los rostros de los periodistas le consultaron casi en silencio, “Estoy bien” declaró. Finalmente el avión presidencial despegó 3 horas luego, se detuvo a repostar en las Islas Canarias y en Brasil.

El resto de la delegación se trasladó hacia la embajada de Bolivia, el ambiente era el de un velorio, los miembros de la comitiva subían y bajaban buscando explicaciones. Prolijas fuentes de bocadillos circularon sin que hubiese comensales. Una conferencia de prensa fue ofrecida por el agente Rodríguez Veltzé en compañía de Sacha Llorenti, Jorge Quiroga y Carlos Mesa. El panel reconoció que no era el fallo que esperaban, y que ahora se debe explorar nuevos caminos. “No es lo que esperábamos, debemos asumir nuestra responsabilidad en lo que hicimos y no funcionó en la línea que esperábamos... La Corte de ninguna manera nos ha puesto un candado”.

Un reducido grupo de bolivianos llegó hasta la Embajada, preguntaron por la recepción a la que los habían invitado, la respuesta de uno de los funcionarios fue que ésta se había cancelado y que todas las celebraciones luego del fallo fueron suspendidas. Al día siguiente el Canciller boliviano exclamará en un contacto radial desde Europa: “Bolivia no tiene nada que cumplir del fallo”.

Parte de esta crónica es ficción. Escoja usted cuál.

El autor es médico, estudioso en temas históricos y diplomáticos.

 
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