Flanqueada por el Pukara de Monterani, una mítica fortaleza aplanada en forma de torre, donde luego de la última batalla en la que el cacique inca Túpac Yupanqui le arrebató al cabecilla aimara Paka Jakhes (hombre águila) el bastón de oro de mando Kori Huara, castellanizado luego como Curahuara. A orillas del río Lauca, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, blanquísima, construida a mano con adobe y arcilla, contrafuertes de piedra y techo de paja hace 432 años, en ángulo recto con el Sajama, se levanta la iglesia de Curahuara de Carangas, la joya oculta más hermosa del Ande, ignorada para la mayor parte de nuestros compatriotas. Su construcción, en honor al apóstol Santiago, duró siglo y medio con grandes intervalos de abandono. Se inició en 1608, con dos etapas adicionales en 1711 y en 1777.
El monumento es único en toda América y es equivalente, en el sur, con la iglesia de Andahuaylillas en Cusco, Perú. Ambas reúnen la pintura mural y los retablos del arte barroco andino más celebres del mundo, con la diferencia que la capilla boliviana fue construida, ilustrada y adornada exclusivamente con materiales del lugar y por los habitantes de la zona. Los presbíteros que bajo su mando permitieron su construcción fueron los curas agustinos, Baltasar Cachaga, Gonzalo Lara y Francisco Martínez de Lima, bajo las órdenes de Juan Ortiz Vitalsol.
El templo tiene una entrada lateral y el atrio enseña 2 ingresos bien marcados por la dualidad milenaria (dicen que para la parcialidad de los Aransayas en la parte alta y otra para los Urinsayas en la parte baja). El pórtico de color naranja anuncia un vergel de incomparable belleza. No hay un centímetro de yeso del revoque (excepto una parte del techo que se desplomó en 1901 y que hasta la fecha no ha sido reparada) que no esté pintado con las visiones bíblicas rústicas, alegres y florales de los habitantes de la región, que adornan el interior.
La Biblia en ese entonces tenía libros hoy desaparecidos, que les fueron revelados a los habitantes del señorío: Esdras, La historia de Susana, Bel y el dragón, entre otros declarados inapropiados desde 1684. Y los pintores aimaras incorporaron magistralmente, a su mirada de lo eclesiástico, el pensamiento inmemorial de la cosmogonía andina de sus antepasados. Es habitual observar en los retratos de “El Arca de Noé”, “Adán y Eva”, “El Juicio Final”, “Oración en el Huerto”, “Los cuatro evangelistas”, el “Infierno” o el “Juicio final” la presencia de asnos, conejos, quirquinchos, wuallatas, zorros, patos y carneros.
A los reyes magos llegando a Belén montados en llamas. A la Virgen María (Mama Paxsi) investida con cofia de plumas, como una emperatriz inca, y a la imagen de Dios representada como el sol (Tata Inti).
Las imágenes del cielo y el infierno son similares a las de Melchor Pérez de Olguín en Potosí de fines del Siglo XVII y es extremadamente curiosa la representación de la Última cena, que comparte las ilustraciones de los antiguos “códices” de un de perro y gato en ambos flancos, aludiendo el eterno conflicto entre el bien y el mal. En la escena, Jesús participa con sus apóstoles de la Última cena, ofreciendo un conejo estirado (como en el cuadro Correa de Vivar en la iglesia de la Asunción en Arroba de los Montes de 1550), a modo de impartir la eucaristía. Lo asombroso es que todas las influencias, paralelismos y similitudes pictóricas previas son imposibles de respaldar historiográficamente.
Las pinturas al óleo del barroco colonial en Curahuara también tienen influencia francesa, porque algunos de los misioneros en la colonia fueron galos. Un retrato de Luis XIV así lo atestigua en un almanaque de 1711 pintado en la sacristía. El visitante se estremece cuando percibe a simple vista que cráneos y huesos humanos forman de los pilares de la mampostería. Los detalles de los grabados son conmovedores, los arcángeles custodios del portal tienen demonios vigilantes en el mismo número y proporción y los leones de Judá del evangelio tienen cabeza humana porque, pese al relato de los dominicos, los retratistas nunca habían visto un ejemplar.
La óptica que los artistas del virreinato plasmaron en los muros enseña imágenes profanas que los vicarios no se animaron a restringir. Sincretismo de factura única en Bolivia. Se observa siluetas sombrías, similares a los relatos sumerios. Inmensos dragones emitiendo fuego, hasta hay un capellán barbado ingresando el infierno (llamado levitran por el custodio del templo - Hilarión Nina), Hombres - reptiles portadores de carros rodantes y portales remotos a mundos intraterrenos (Wiñay Marka) de seres de aspecto saurio y humanoide (Antonio Portugal – Ciudades secretas de los Andes - Kindle - 2013) presentes en el recuerdo inmemorial de los pintores de la época, que desafían abiertamente la lógica eclesiástica y que hacen de los frescos indelebles muestras ancestrales.
Algo similar se observa en la iglesia de Parinacota en Chile en los altos de Arica pintada con azules de Prusia, (los tonos en Carangas fueron obtenidos de la cochinilla y de la tola) culturalmente y geográficamente indisoluble del territorio boliviano, y cuya construcción estuvo inspirada sin duda en el modelo del templo de Curahuara en 1739 (Corti - Guzmán- Pereira – 2010 - Chile).
Declarado monumento nacional en 1960, sometido a innumerables restauraciones a lo largo de los siglos, renovada parcialmente por última vez en el 2011. Por efecto de las lluvias recientes, uno de sus contrafuertes (manchón o soporte exterior del muro de barro) se ha venido abajo en enero del 2019 y los otros siete están en peligro de derrumbarse. La magnánima joya con cuatro siglos encima, oculta en el páramo de los Andes, a 220 Kilómetros de Oruro, espera un proyecto integral de restauración que nunca llegó, que no existe en la percepción de los funcionarios o en el ideario del Estado, no solo con el fin de la restauración del contrafuerte colapsado sino también para disponer el mantenimiento, la salvaguarda y la rehabilitación de sus tesoros.
Algo estamos haciendo mal, los gobernantes y los gobernados. Algo de los 650 millones de dólares usados hasta el 2014 (en un solo programa) en aulas, laboratorios, canchas de césped sintético, coliseos, tinglados, graderías, estadios, mercados, terminales de buses y vías vecinales de esa Bolivia iletrada, plagada de elefantes blancos, que nos toca vivir, deberían ser suficientes para restituir, ante el descuido y la amnesia colectiva, un monumento que bien podría llamarse la Capilla Yupanquina del Altiplano Boliviano, en honor al inca Túpac Yupanqui, en lugar de la capilla Sixtina de los Andes. Un sacrosanto y portentoso mausoleo de nuestra memoria colectiva.
El autor es Médico, estudioso en temas históricos y diplomáticos.
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