Utilizando eufemismos, resulta muy poco decir que el coronavirus “puso de rodillas al mundo” porque lo padecido en este tiempo por la humanidad no tiene parangón. Se dirá que las guerras (especialmente las dos últimas) han causado millones de muertos y heridos, pérdidas cuantiosas de todo lo avanzado por la humanidad. Prácticamente, todo estaba premeditado, supuesto, esperado como consecuencia de lo planeado o preparado por los mismos hombres ya que determinados actos políticos, económicos, científico-culturales o de cualquier índole fueron gestándose con el tiempo y cada país sabía a dónde se dirigía y cuáles serían las consecuencias.
Cuán diferente es lo ocurrido ahora en que toda la humanidad se encuentra frente a un enemigo no conocido antes, que se hace invisible, inesperado, incalificado en sus consecuencias; un mal que puede presentarse en el momento menos pensado, mal que por su contundencia y acción indiscriminada destruye tranquilidad, confianza y hasta suposiciones para llegar a la conclusión de saberse muy poco y surgen las interrogantes: ¿Cómo funciona? ¿Cuánto daño y hasta dónde llegará? ¿Qué características ulteriores tendrá? ¿Cuáles serán las consecuencias? ¿Su origen es natural o culpa del ser humano? ¿Qué lo provoca? ¿Es un resumen de todo lo superado en cuestión de enfermedades?
Al final (o al inicio), se llega a la interrogante que invade el campo de la fe y espiritualidad de las personas: ¿Será un castigo divino? ¿Tomará conocimiento y conciencia de esto el ser humano? ¿Será posible medir cuánto más se ha hecho para llegar a las conclusiones que se presentan en el día a día y cobra vidas por doquier? Cuando parece ser superado el mal en alguna región, aparece en otras y, en casos, reaparece en el sitio original; es decir, nada lo contiene y nadie se atreve a suponer razones y posibles remedios al mal. La ciencia, con todos sus estudios e investigaciones, trabaja en la búsqueda de las raíces del grave mal. Los científicos - pese a los grandes esfuerzos que despliegan- aún no encuentran un corto camino para arribar a una respuesta, aún así, abrigan esperanzas para derrotar definitivamente al letal mal.
Decir que “el mundo está puesto de rodillas” resulta poco tan sólo porque ha despertado conciencias, ha dado pasos y abierto posibilidades de unidad y concordia entre todas las naciones para encontrar remedios al mal; pero, parece que todo resultaría vano, inútil y hasta proclive al fracaso, a la desesperanza de hallar respuestas para encarar; ¿qué hacer? Y surge siempre la esperanza en la ciencia, en las investigaciones e ideas en relación con la contaminación del planeta, el descuido de la naturaleza o de la misma sobre-explotación de los recursos de la misma tierra que se vacía hecha polvo sobre las ciudades; pero, en medio de suposiciones, nace, de todos modos la fe, fe en el creador que es Dios y al cual nos aferramos con esperanzas.
Cuántas veces surgió una pregunta: ¿Hasta cuándo complotaremos contra nosotros mismos al hacerlo contra la creación de Dios que es la naturaleza para beneficio de la humanidad y no para incrementar su soberbia y propiciar sus propios males? Esta es la realidad que vivimos en este tiempo y, aunque el escepticismo de los que creen saber más y sentir mejor, de los que no creen en la existencia de Dios y atribuyen a la naturaleza, a la ciencia y la tecnología lo que el hombre consigue diariamente, parecería llegado el tiempo en que surjan, entre varias posibilidades, lo que sería la alternativa: debe el hombre persistir en la soberbia y la petulancia creyendo que la naturaleza es solamente un bien que no precisa ser preservado y respetado, o, creer, honesta y conciencialmente, que la creación es debida a la voluntad de Dios que es el Creador de todo el Universo, de ese universo que cada día es descubierto en sus íntimos y lejanos recovecos por los hombres que investigan el espacio infinito.
Todo muestra caminos hacia una realidad en que la humanidad tenga que suplicar el perdón de Dios, (cada quién conforme a su religión o creencia) al arrepentirse de haber dado a la obra de Su creación, la Tierra, un planeta más entre miles que contiene el interminable y eterno espacio y que, sin reconocer nuestras limitaciones, tratamos de descubrir lo que el Creador, tal vez, en Su infinita sabiduría, preserva para futuras generaciones.
Así llegamos a la situación en que se implorará perdón de Dios y, hasta los que se jacten: “Gracias a Dios yo no creo porque soy ateo” (???). Absurdo atribuible por falta de fe religiosa o en el mismo poder de la naturaleza. A una mayoría no le quedará otra solución que reconocer que esa negativa no es más que obra de la soberbia y la carencia de humildad para reconocer que sólo Dios y la naturaleza son infinitos y el hombre, haga lo que sea, será siempre finito.
El coronavirus es un mensaje de vida y una lección de muerte que como conocimiento y experiencia debería asomar a la conciencia de todos y obrar consecuentemente con lo que conviene: Vivir como lo que somos y como Dios quiso desde siempre, en paz y concordia, en armonía y con vocación de construir, descartando el instinto para destruir.
La voluntad de Dios podría ser que la humanidad padezca muchos males que la conduzcan a la muerte para luego resucitar a un mundo donde las virtudes permitan responder al mandato divino de vivir en paz en beneficio de la humanidad y de su Tierra que se debe amar y respetar como suelo en el que vivimos.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |