Las cuarentenas motivadas por el temor al contagio han hecho que millones de personas alteren su actividad vital, la mayoría siguiendo el sentido común de apartarse de los demás quedándose en casa o donde estén que puede ser un asilo de ancianos, internados, conventos, cuarteles, hospitales, nosocomios, penitenciarías, et. al. Esto en países ricos y menos ricos que hoy sufren el comienzo de la pandemia del coronavirus que por desgracia tarda catorce días en manifestarse en tanto contagia al que se acerque, dé la mano, abrace o respire lo que el enfermo haya respirado o haya tocado.
Las cuarentenas por desgracia impiden a la gente ser parte del ciclo microeconómico que ofrecen los mercados de todo tipo y categoría. Ese descenso masivo de la demanda en los circuitos de consumo coarta la oferta inmisericordemente, excepto en los de asistencia médica, servicios esenciales de transporte público, alimentos, farmacias, hospitales, casas fúnebres, et. al. Y lo peor es que los países pobres carecen de los medios clínicos: camas de hospitales, respiradores, vestimenta de protección, etc. para hacer frente al mal con el propósito de lo que se ha venido a llamar "aplanar la curva". Lo peor es que, según el economista Ricardo Hausman, en Project Syndicate, mientras más se quiera contener el coronavirus, mayor será la necesidad de cerrar el país y también mayor será el presupuesto fiscal para solventar los crecientes gastos.
El problema es que los países en desarrollo carecen de los recursos necesarios. Al respecto, el viernes 27 de marzo la Directora-Gerente del FMI, D.K. Giorgeva, dijo que la institución aprestaba $2,5 billones (trillones en EEUU) para ayudar a esos países en desarrollo en la lucha contra el coronavirus luego de haber recibido solicitudes de ayuda de 50 países y 31 de ingreso medio. Agregó que la economía del mundo ya estaba en una recesión peor que la de 2009, y que los $2,5 b. era una cifra conservadora, y que se necesitaría más. Si a la gente se da a elegir entre un 10% de posibilidades de morir si acude al trabajo, o morir de hambre si se queda en casa, es muy probable que escoja ir al trabajo.
Pensar en ofrecer ayuda internacional como se ha dado históricamente, incluyendo la ayuda que puedan ofrecer las instituciones internacionales, no ha de ser suficiente, lo que induce a concluir que, para empezar, se debe retornar los recursos que han ido saliendo de esos países para lo cual el G7 y el G20 deberían implementar: (1) las líneas swap, que actualmente la Reserva Federal de EEUU tiene habladas con Australia, Brasil, Dinamarca, Corea, México, Noruega, Nueva Zelandia, Singapur y Suecia, en otros países y si el temor al desfalco entorpece, se debería recurrir al FMI para que las administre rediseñando en cierto grado su actual manera de operar. (2) A medida que los bancos amplíen la masa monetaria deberían comprar bonos, acaso los de menor riesgo relativo de modo que las instituciones internacionales de financiamiento se concentren en los más necesitados. (3) Las economías dolarizadas como Panamá, El Salvador y Ecuador deberían recibir trato financiero especial de manera que sus bancos centrales puedan proteger sus sistemas bancarios. (4) Los países desarrollados no deberían prohibir la exportación de equipos médicos a los países en desarrollo porque éstos los necesitarán más que nunca. Los países menos dotados precisarán ayuda masiva en 2020, 2021 y más tarde. El reto es enorme.
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