El drama de los bolivianos fuera del país
Es terrible la experiencia para las decenas de bolivianos que no logran llegar a frontera de Chile y Bolivia. Los connacionales ante la imposibilidad de seguir viaje hasta Pisiga, en Bolivia, optaron por retornar a Iquique. Estos rechazos para ingresar al país no se los veía, al menos no tenemos noticias similares, desde la persecución al pueblo hebreo, que huyendo del nazismo vio cerradas las fronteras de Latinoamérica, siendo Bolivia uno de los países que los acogió. La situación reviste mayor gravedad pues se trata de bolivianos que trabajaban en Chile y que perdieron sus fuentes de trabajo en la emergencia sanitaria. Muchos de los bolivianos migrantes en Estados Unidos han sido despedidos sin indemnización alguna, y están en territorio ajeno viviendo de los ahorros. Mientras ya se cuenta en Pando con el primer enfermo y se trata de identificar a quienes estuvieron en contacto a fin de lograr lo imposible, que es detener la propagación de la pandemia.
La economía paralizada y las personas detenidas en sus casas son la tónica de estos días, que por lo visto se prolongará hasta abril y mayo. Se escucha todo tipo de ayudas que en muchos casos no se concretan. Hice la prueba de llamar a una línea telefónica, durante dos días seguidos y aparte de propaganda y recomendaciones, no logré que alguien atienda, pese a la amplia publicidad sobre que se trata de un teléfono para solucionar problemas de quienes enfrentamos esta tragedia que a ratos toma características de sainete, para luego golpearnos con el drama, como el que viven los bolivianos que quieren volver al país y no encuentran cómo.
Esta insólita situación nos muestra cansados por no salir, mientras en otras partes la gente llora por poder volver al país. Cualquier desgracia es más sobrellevable en casa, en la tierra que nos vio nacer, cerca de quienes conocemos.
La verdad, en la medida que los días pasan se hace más difícil el permanecer encerrado en la casa, y al meditar en lo que vendrá luego de la conclusión de la pandemia, el panorama es de incertidumbre, ya que las leyes de la economía son inexorables. Las grandes potencias se enfrentan a un próxima deflación, es decir a un exceso de oferta en los productos corrientes y es evidente que las materias primas estarán a la baja por un buen tiempo, situaciones que nos afectan de manera directa.
Sólo Donald Trump y Jair Bolsonaro abogan por la reactivación en tiempos de peste, y en Latinoamérica todos nos copiamos a todos en esto de las medidas restrictivas tomadas. Si serán exitosas se medirá en el número de muertes al final de esta época de terror. Las estadísticas no mentirán y nos dirán si este esfuerzo tan duro valió la pena.
La caída del producto bruto interno ya es una realidad. Parece que de nada sirven las idolatrías a los dioses ancestrales, las mesas, los achachilas y demás caterva pseudo divina, ya que este panteón de dioses locales no nos sacaron de la dictadura y las malandanzas del masismo (tuvo que ir Camacho, biblia incluida, para rescatar el Palacio Quemado) y ahora desconozco si los yatiris, brujos, machis, y toda la fauna que aparecía para el inventado año nuevo indígena habrá podido conjurar al coronavirus, con todo el poder que los originarios y antropólogos le asignan.
Reitero que nadie se muere en la víspera y que de inicio parece ser prudente el quedarse en casa, aunque canse. Reitero que lo preocupante es cuánto tiempo nos tomará luego, para recuperarnos de estas vacaciones forzosas, cuyo provecho, al menos para mí, es el repaso de la lectura de muchos libros que traje a casa hace dos semanas, muchos de los cuales aún no he abierto. Como van las cosas, tendremos cuarentena para rato. Mientras esperamos, hay bolivianos que lloran por regresar. Quiera que el gobierno en su transitoriedad se acuerde de ellos.
El autor es abogado y comunicador.
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