No dejemos que la vida nos asfixie, elevemos el pensamiento hacia el Creador y que renazca un mundo de paz y concordia en el planeta.
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Nacemos para morir mañana, pero aún no llegó el día aquel. La pandemia morirá estrangulada por la garganta que pretende infectar.
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Estar recluidos debiera servirnos para meditar y formular una introspección que nos permita evaluar nuestro comportamiento cotidiano, dentro y fuera del hogar. Así veremos en qué aspectos fallamos, con objeto de introducir correctivos necesarios. La vida personal y familiar debe cambiar, es la moraleja de la crisis sanitaria.
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Lo que abriga la mente y el corazón solo la muerte arrebata. En tanto llegue la hora cantemos a la vida y al amor.
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Nada es eterno en el orbe. Todo resulta aleatorio según la óptica del habitante, como el virus que se prende si te descuidas y le das tregua.
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Somos pasajeros del tren que devora el tiempo y la distancia. Marchemos sin prisa y sin pausa.
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Mi hijo, te dije que no juegues en la tierra con tus autos… Deja y lávate las manos con agua y jabón…
¡Vaya!, ya parece esta época de los virus homicidas, y no cuando apenas éramos niños.
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La situación existencial en el planeta cambia, como jamás hubiésemos imaginado. Hacen turismo los venados en Nara, Japón; coyotes en San Francisco; cabras en Gales; pavos reales en Madrid y llamas en El Alto; animales que recuperaron espacio por el encierro del hombre motivado en la pandemia, ¡qué bien!
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Los coronavirus apenas son espectros de venganza debido al maltrato del ser humano a la Naturaleza, reino vegetal y animal. En Bolivia, ejemplo típico constituyen los incendios provocados en la Chiquitania, con miles de hectáreas calcinadas.
Seres fantasmales que cobran revancha al género humano, quitando a cambio millares de vidas.
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La humanidad llora a sus muertos, diseminados a lo largo y ancho del planeta. Aparte del llanto que brota a raudales, ¿qué hacer…? Evocar a la gente que se fue sin decir adiós e implorar su descanso eterno, pero ante todo cuidarse y proteger la vida de la familia. No defraudemos a nadie. Sigue la vida.
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Un segmento de la población se identifica sociológicamente con acciones personales de carácter popular, como edificar canchas de fútbol y no hospitales; aunque sea el sector más perjudicado. Y aún hoy se oponen a la cuarentena dispuesta por el gobierno nacional, a cambio del vil dinero que compra conciencias.
Un velo de irracionalidad debe ser descorrido, para que entren en sus cabales ante un tétrico panorama que se avecina, devastador del futuro. Todos debiéramos pensar que si no se acata el confinamiento se corre el riesgo de perecer. No hay más opción.
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En su destierro Miguel de Unamuno escribió: “¡Qué horrible vivir en la expectativa, imaginando cada día lo que puede ocurrir al siguiente!”.
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Pronto habrá pasado la pandemia al abrigo de la compasión hacia las víctimas y serenidad capaz de afrontar la época que vendrá. El tiempo apremia, urge construir y despejar el ambiente de rencor y miedo. ¡Paz, armonía y solidaridad!
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