Los miedos del brasileño antes de la prueba
De cómo fue la muerte de Ayrton Senna se vio mucho, a partir de lo mostrado por la televisión en vivo y en sucesivos videos que fueron apareciendo con el paso del tiempo, pero se sabe muy poco en comparación con la crudeza de esas imágenes, porque la investigación y el posterior proceso judicial se encargaron de ponerle un manto de impunidad a una de las tragedias más grandes de la historia del automovilismo. Por la magnitud de la figura y por el tamaño de la angustia que generaron los últimos minutos del piloto brasileño aquel domingo 1º de mayo de 1994, en el Gran Premio de San Marino, el pequeño principado vecino de Italia.
Miedo, según la Real Academia Española, es “angustia por un riesgo o daño real o imaginario”, o “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Aquel fin de semana, Ayrton Senna tenía miedo, según lo revelado años después por su entorno. Justamente el paulista, que se había caracterizado por la tenacidad, el coraje y la bravura arriba de los autos, temía de estar al volante del Williams-Renault FW16, con el que aún no había conseguido puntos tras las dos fechas iniciales.
Las señales justificaban su augurio: el viernes 29 de abril, en los entrenamientos de aquella tercera fecha del campeonato de Fórmula 1, Rubens Barrichello se despistó con su Jordan. El golpe fue tremendo: en la curva Bassa, el auto impactó contra la protección de neumáticos, dio varias vueltas de campana y quedó ruedas para arriba. El brasileño fue sacado inconsciente del cock-pit pero sólo sufrió algunas fracturas.
El sábado 30, el austríaco Ronald Ratzenberger siguió de largo en la curva Villeneuve y su Simtek golpeó una barrera de hormigón de forma casi frontal. Murió al instante. Aunque el habitáculo permaneció mayormente intacto, la fuerza del impacto le infligió una fractura en la base del cráneo.
Ese sábado habló un par de veces por teléfono con su novia, Adriane Galisteu, quien estaba en la residencia que ambos tenían en las afueras de Lisboa. Al contarle lo que había sucedido con Ratzenberger y lo desprotegido que se sentían los pilotos de parte de la Federación Internacional del Automóvil (FIA), Senna se quebró: “Tengo un mal presentimiento. Preferiría no correr”, le admitió a su prometida.
Más tarde, le propuso “hablar toda la noche”. “Quiero demostrarte que puedo ser el mejor hombre de tu vida”, le dijo. Su cuerpo estaba en San Marino; su corazón en Portugal; y su mente procuraba lidiar con su temor, el enemigo que debía derrotar para subirse al auto como lo hacía siempre, pensando en ganar. A como diera lugar.
El domingo llegó al circuito de Imola pasadas las ocho de la mañana acompañado de su hermano Leonardo. Habló con Niki Lauda sobre reunirse la semana siguiente con el objetivo de decidir qué medidas tomar con respecto a la seguridad en los grandes premios y se enfundó el mono para empezar el calentamiento. Ya en el auto, durante las pruebas de tanques llenos, pidió que le enviaran un mensaje a Alain Prost, quien el año anterior se había retirado y comentaba para la TV: "¡Te extrañé, amigo!”.
Senna había conseguido la pole position, al igual que en las dos primeras carreras del año. Largó primero, a las 14 (hora local) y murió mientras lideraba la competencia. Se corría la séptima vuelta del Gran Premio de San Marino de 1994 y Ayrton marchaba primero con 0,675 segundos de ventaja sobre su inmediato perseguidor, el alemán Michael Schumacher.
A las 14:17, el paulista encaró la curva Tamburello. En ese lugar del circuito de Imola, los autos superaban los 300 kilómetros por hora. El Williams de Senna llegó a 310 km/h. En su último atisbo de reacción y por el despiste, el bólido terminó impactando contra el muro lateral de concreto de la pista a 217 km/h.
Menos de 30 segundos después llegaron los primeros socorristas. Empezaron a flamear las banderas amarillas de precaución. A las 14:19 arribaron tres médicos y dos rescatistas. El cuerpo estaba inmóvil, con la cabeza inclinada levemente a su derecha. (TEXTO:CLARÍN)