Miguel Díaz Kusztrich
La identidad de una persona, considerada como individuo, es todo aquello que la define y la caracteriza, lo que constituye lo que llamamos el yo, las propiedades que permiten a otros reconocerla y distinguirla, en definitiva, la forma particular de pensar, sentir, expresarse y relacionarse. Se trata de algo que crece y se desarrolla desde el interior, pero, como todos estamos inmersos en un medioambiente en el que también existen otros seres como nosotros, nuestra identidad también está influenciada en mayor o menor medida por nuestro entorno.
Resulta difícil determinar un orden para los factores que van actuando sobre nosotros y participan en la formación de nuestra identidad. Podemos considerar que la personalidad es el componente más básico e interno de la identidad, que se nutre de nuestras sensaciones y percepciones íntimas, por lo que seguramente es lo primero que empieza a formarse. Como al nacer dependemos enteramente de nuestra madre para sobrevivir, la primera interacción social y el primer vínculo estrecho que se forma con otra persona es con ella; enseguida vienen el resto de la familia, padre, hermanos y demás, que también están por ahí interactuando con nosotros continuamente. Estas serían las primeras aportaciones externas a nuestra identidad, el componente familiar, que, si todo se desarrolla con normalidad, debería ser el componente más fuerte después de la propia personalidad. En el caso de que esto no sea así, estamos ante una distorsión que puede marcar para el resto de nuestra vida, normalmente de forma negativa.
El siguiente factor identitario adquirido podría ser el lenguaje. El lenguaje constituye una herramienta imprescindible para interactuar de forma enriquecida con otras personas, e incluso con algunos animales; permite expresar tus ideas y necesidades, además de ayudar a expresar tus emociones, así como permite a los demás hacer lo propio contigo. El idioma en el que aprendes a hablar es solo un accidente, y aunque se dice que los idiomas modelan de alguna manera la mente del hablante, por la forma característica en que permiten expresar las ideas, lo cierto es que, en general, en el mundo han tenido lugar tantos intercambios culturales a lo largo de la historia que prácticamente puedes decir lo mismo de la misma manera en cualquier idioma.
Cualquier niño normal puede aprender cualquier lenguaje, o incluso varios a la vez; no existen preferencias naturales, aunque la adquisición del lenguaje resulta imprescindible para la supervivencia, como demostraron funestos experimentos de privación del lenguaje llevados a cabo en la antigüedad, pretendiendo averiguar en qué idioma hablarían las personas si nadie les enseñase ninguno en particular ni interactuase con ellos. La respuesta fue que todos los bebés murieron (Si te interesa este tema, te recomiendo el libro El instinto del lenguaje, de Steven Pinker).
A partir de aquí, podemos ampliar nuestro círculo conociendo a otras personas ajenas a nuestra familia, los cuales constituyen nuestro entorno social extendido.
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