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Crónicas del kolla

La miseria de un Poder Legislativo

E. Gerardo Mallea Valle

En este último lustro se ha venido deshojando gradualmente una serie de yerros afianzados en los poderes del Estado, generando dislates verbales, expresiones fuera de tono y hasta ridículas afirmaciones. Estas manifestaciones tremendamente histriónicas son el objeto de comentario de esta nota: los ASAMBLEÍSTAS.

A partir de la fundación de la República el 6 de agosto de 1825, Bolivia adoptó para su gobierno la democracia representativa, consolidada luego por la Constitución Bolivariana del 19 de noviembre de 1826.

La historia nos muestra la evolución de la convulsionada vida política e institucional de Bolivia y que llevó al país a 21 reformas parciales constitucionales entre 1831 y 2005. Sin embargo no fue hasta el año 2004 que se mantuvo la democracia representativa para dar paso a la reforma constitucional, que determinó el cambio de régimen de gobierno introduciendo la democracia participativa.

Bolivia ha obtenido logros importantes en el tránsito de su vida institucional democrática, desde la base de un sistema de sufragio censitario excluyente, que no permitía al 80% de la población acceder al ejercicio democrático, hasta la Constitución del año 2009 con el establecimiento de un Estado Plurinacional Unitario que determina la intervención del pueblo en la toma de decisiones políticas, administrativas o legislativas de mucha importancia.

Esta democracia participativa, basada en la inclusión de todos los sectores sociales y los núcleos territoriales de base, implica la adopción de un sistema político basado en el reconocimiento de la diversidad étnica, cultural, de género y generacional, por lo mismo el reconocimiento de los sistemas y mecanismos de intervención, procedimientos propios y particulares de gestión de los pueblos indígenas o comunidades campesinas, reconociendo sus valores y principios propios (Ref. José Antonio Rivera).

Si bien esto constituye una victoria en procura de un equilibrio y justicia social en Bolivia, también viene a constituirse en el inicio de la devaluación de la jerarquía intelectual del legislativo; un hecho marcadamente visible hoy. Este proceso de convertir al votante pasivo en sujeto activo y ser partícipe de la gestión pública a través de la planificación participativa y control social determina una depreciación cualificada en el cuerpo de legisladores actuales en comparación con gestiones anteriores; no es que se niegue el derecho de todo boliviano a legislar y fiscalizar su país, simplemente que se debe requerir ciertas condiciones para tal función, la exigencia de requisitos al margen de la libreta de servicio militar, que demuestren la competencia de estos sujetos y valoren su capacidad.

La prioritaria necesidad de alta calificación para ocupar cargos relevantes en un gobierno debe exigir a los aspirantes requisitos de la misma valía y no simplemente una libreta de servicio militar -reitero-. Es esencial la educación escolar obligada; el valor añadido de una cualificación académica, en lo posible, y la voluntad inquebrantable de servicio al pueblo y respeto a la Constitución, es imprescindible.

Que el tráfico de influencias; el enriquecimiento ilícito; la malversación de fondos (gran pecado capital de nuestros “honorables”) sean castigados con todo el rigor de la ley, obligando a éstos a la dimisión o destitución “ipso facto”.

Son de extrañar las voces de antaño que retumbaban en el hemiciclo con discrepadas pero racionales ponencias. El trabajo literario proficuo de muchos de aquellos hombres se manifestaba en una densa actividad intelectual de la época. Alocuciones brillantes denotaban una oratoria exquisita.

¡Qué tiempos aquellos!

Hoy es lamentable advertir los crasos errores de dicción en nuestros “honorables asambleístas”; la buena ortografía es materia ausente en sus diversas opiniones escritas; y qué se puede comentar de la inadecuada conducta asumida por varios de ellos, sus actitudes ridículas, estrambóticas que rayan en la imbecilidad y que muestran el poco o nada respeto a sus homólogos y a la opinión pública.

Agrias y groseras discusiones que con encono desmedido muestran la pobreza de un equilibrio racional y una ausencia notable de sentido común. Afiebradas voces son aceleradas por una neurosis hormonal.

Es verdad, se ha logrado conquistas sociales, sin embargo se ha desvalijado el buen criterio, la cordura, la honradez y sobre todo la buena educación. Hoy el recinto donde radica el Imperio de la Ley; el crisol donde se funde la ética y moral, el templo de la democracia; es un triste escenario donde son representadas las más burdas escenas; una triste payasada circense. Aflora el disenso intransigente como gran consigna, el consenso no existe y el rodillo sinvergüenza, perverso y abusivo campea con todo su hedor nauseabundo.

¿Qué más puedo decir? Solo la triste afirmación de que esta es la miseria de un Poder Legislativo.

 
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