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[Luis Antezana]

El consejo de científicos en el Jardín de Esculapio


Es una gran noticia. El gobierno ha reunido en un consejo a médicos de grandes valores científicos para hacerse asesorar y saber cómo combatir a la pandemia del virus chino. Naturalmente, se espera que sus consejos curen el mal o, por lo menos, lo atenúen.

La nómina de los profesionales reclutados es impresionante. Sus hojas curriculares son asombrosas. ¡Qué valores! ¿Dónde estaban perdidos? ¿Por qué se despreciaba su inteligencia y sus sabios conocimientos estaban guardados bajo siete llaves?

Una idea luminosa los sacó del silencio y los puso en el primer plano del escenario nacional. Sus estudios, sus servicios al Estado, sus carreras internacionales, sus méritos en organismos internacionales de fama mundial, sus servicios catedralicios, en fin, personalidades científicas invalorables han sido reconocidas para poner sus conocimientos al servicio de la Patria, al contrario de lo que hacían otros gobiernos (como el recién expulsado del poder) que los despreciaban y, en su reemplazo, traían elementos extranjeros de dudoso currículum y, lo que es peor, actuaban en Bolivia no para hacerla ganar, como es el caso de los eminentes asesores que nos hicieron perder el juicio sobre la cuestión marítima en La Haya o los arbitrajes por los que tuvimos que pagar más de cien millones de dólares.

Todo muy bien y digno de elogio. Pero tanta satisfacción se pierde ante una pequeña deficiencia que puede dejar en cero todo lo deseado.

En efecto, científicos de tanto valor, con excepciones, se limitan a sus esferas técnicas, caen en el empirismo que solo infiere sus conocimientos de la práctica y no de la mente, o sea el carácter universal y necesario de los conocimientos, aunque, en algunos casos, se aproximan a los racionalistas que están de acuerdo con que nada hay que no se haya dado antes en sus sensaciones.

Los científicos militan generalmente en la escuela de las cosas concretas y niegan las deducciones de la razón, no pasan de ahí, como acostumbran con frecuencia los de la rama militar, sobre quienes decía un político francés, “la guerra es una cosa muy seria para ser dirigida por los militares”, o que “la educación es algo muy importante para ser dirigida por maestros”, o que “la cuestión indígena es algo muy difícil para ser dirigida por los indígenas”.

Y es ahí donde el sabio decreto de los científicos peca de deficiente. En efecto, los respetables valores profesionales normalmente están abocados a su ciencia, doblados sobre sus microscopios y casi siempre odian la política, nunca han incursionado en ella, por lo que se puede concluir que, igual que en el caso de los militares y los maestros, la medicina y la educación son materias muy serias para ser dirigidas por militares y médicos, respectivamente, porque precisamente no tienen visión política, algo demasiado importante. En efecto, el decreto brilla por la ausencia de médicos-políticos o políticos-médicos y corre el riesgo de quedar en un inmenso cero.

Al respecto, en Bolivia se ha difundido (peligrosamente) la idea de que la política es negativa y que los políticos son malos, lo cual no es cierto. En realidad, lo que ocurre es que en nuestro país son más los que aplican la politiquería y, por tanto, sería oportuno sugerir que el gobierno se acuerde del verdadero sector político para resolver el problema del virus chino y otros.

 
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