Crónicas del kolla
E. Gerardo Mallea Valle
La territorialidad es uno de los principios centrales de la teoría etológica.
En etología, sociobiología y en ecología del comportamiento, el término territorio refiere a cualquier área sociográfica donde un animal de una particular especie defiende su espacio contra conspecíficos y ocasionalmente contra heteroespecíficos.
La idea del territorio animal fue introducida por el ornitólogo británico Eliot Howard en su publicación de 1920. En 1930 se desarrolla aún más por la ornitóloga estadounidense Margaret Morse Nice, sin embargo fue ampliamente popularizado por Robert Ardrey en su libro El Imperativo Territorial, siendo tan popular este libro que generó una exagerada percepción de la importancia territorial en etología social; punto de partida para nuestro análisis de la territorialidad alteña.
Los límites del territorio -es decir la señalización- son marcados por los animales con indicadores físicos (orina, secreciones), mientras que los seres humanos por su complejidad utilizan señales altamente simbólicas que implican un mayor número de roles sociales.
En este contexto debemos comprender que Bolivia es una complejidad pluricultural y multiétnica; esta característica hace que la organización espacial en el territorio boliviano se haya estructurado con diferencias somáticas, raciales y culturales.
La Ciudad de El Alto, una urbe relativamente joven (originada por el asentamiento de las migraciones indígenas del altiplano andino), establece un espacio geográfico con particularidades genuinas y muy propias, con claros rasgos identitarios, una lengua de uso cotidiano como el aymara; economía pujante cuya consecuencia genera desigualdades como en toda sociedad escalonada y con manifestaciones culturales bastante reconocidas. Se constituye además en la segunda ciudad más poblada de Bolivia, hecho que determina la ambición proselitista de los partidos políticos.
Se ha mencionado que la territorialidad es un acto instintivo compulsivo de los seres humanos, hecho que de ninguna manera puede justificar la apropiación y empoderamiento del espacio geográfico estatal. La nacionalidad étnica de los alteños, exaltada por la doctrina política de los últimos 14 años, ha derivado en un fundamentalismo peligroso que no admite ningún tipo de razonamiento opuesto y sensato; esta irascible y temeraria actitud es el génesis de los nacionalismos más crueles de la humanidad y de los atentados más execrables del mundo. El odio a la ciudad vecina, al diferente, al que disiente con su credo político es el mantra cotidiano y se constituye en la célula embrionaria para el enfrentamiento fratricida.
Vetar la presencia de candidatos opositores y territorializar El Alto como patrimonio exclusivo del MAS es un gran error y concebir tal sustento como un rasgo innato de sus habitantes no es válido para una sociedad moderna.
“El Alto de pie, nunca de rodillas”, arenga muy utilizada estos últimos años, lleva a los correligionarios alteños al paroxismo identitario colectivo, desencadenando con ello una serie de agresiones y atentados violentos.
No se encuentra lejos de nuestra memoria el asesinato del sargento Juan José Alcón, atacado y golpeado por una turba enardecida; de la misma manera, la joven agredida por ser “pitita”, a quien golpearon por la simple observación despectiva de: “¡Mira a esta mujer, clarito no es de El Alto!”.
Quizás tenga más agravante la actitud agresiva y bestial de un “honorable” del masismo, machacando y expulsando a palos a jóvenes de los predios del aeropuerto. El aislamiento y cerco del que fueron objeto los vecinos de Ciudad Satélite también alteños, pero a quienes consideran enemigos por el contexto social de sus residentes. Y no se puede obviar referirnos al frustrado atentado a las instalaciones de almacenamiento gasífero en Senkata. Las acometidas demenciales a las fuerzas del orden; el ataque infame a las ambulancias y personal médico que asisten a los afectados por el Covid 19; acciones alimentadas por los exabruptos del ahora famoso “chuñoman” y el delirio estólido de una supuesta superioridad racial andina casi inmortal, paradigma de una sociedad alteña.
Existen bastantes casos por mencionar que describirían con superlativo acento el miedo, el terror y la violencia que desata el enaltecimiento de una idea de territorialidad obtusa, enfermiza y de compulsión política, un virus ideológico degenerado que hasta ahora se ha tornado intratable y que nos debe motivar a encontrar el antídoto.
La territorialidad es fuente de análisis, discusiones, debates y su variabilidad puede ser observada en distintas categorías estructurales.
Es hora para que nuestros vecinos alteños adquieran conciencia de una territorialidad concebida en el plano de las sensibilidades culturales; necesidades esenciales; equilibrio en las actitudes y valoración de los distintos estamentos sociales. Estacionar el imperativo masista a favor de una funcionalidad consecuente con principios racionales de interés y bienestar colectivo.
La territorialidad hasta ahora ejercida es grotesca, poco inteligente y reafirma la idea de que en muchas situaciones, somos más animales que humanos.
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