Se conoce como Siglo de las Luces fundamentalmente al Siglo XVIII, aunque el período también conocido como Ilustración, comenzó hacia fines del siglo anterior y se extendió a los primeros años del siguiente siglo. Especialmente desarrollado en Europa y sus colonias, fue una nueva concepción del hombre y del mundo que privilegió la razón como modo de obtener las ideas, poniendo fin al pensamiento dogmático medieval regido por la fe (deconceptos.com). Desde principio de siglo se sintió una fuerte crisis espiritual, cuestionando a la iglesia y la monarquía.
Hoy vivimos tiempos semejantes al Siglo de las Luces. Ciencia y tecnología han tenido un avance sin precedente, expresada en la Cuarta Revolución Industrial, cuya característica es la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas. El progreso se acelera exponencialmente, cambiando el mundo que conocemos.
Vivimos también una fuerte crisis espiritual, causada por nuestro excesivo materialismo. No entendemos nuestra naturaleza espiritual, somos niños en el espíritu. Pensamos que somos un cuerpo que tiene un espíritu, cuando en realidad somos un espíritu que tiene un cuerpo, es como el jinete y el caballo. Nuestra verdadera esencia es espiritual.
Un mundo mejor vendrá cuando comencemos a cultivar los valores del espíritu. “El cuerpo mortal es un peso para el alma; estando hecho de barro, oprime la mente, en la que bullen tantos pensamientos” (Sabiduría 9,15). Necesitamos liberarnos del materialismo miope, que nos impide ver más allá de nuestras narices. Es imprescindible soltar las ataduras del materialismo, para dejar volar nuestro verdadero ser, llevando la humanidad a un nivel superior de conciencia. El cuerpo es apenas un holograma del espíritu.
La Peste China Covid-19 mostró nuestras debilidades. Necesitamos un nuevo Siglo de las Luces, esta vez ya no guiada por la razón; en el entendido que la tenemos bien desarrollada. Lo que necesitamos desarrollar es el Espíritu, para que sea la turbina que reimpulse el movimiento filosófico, cultural y político; sin olvidar que Dios existe.
Es el corazón y el espíritu del hombre lo que necesitamos desarrollar. Este es el principal desafío del Tercer Milenio, y la salvación de la humanidad.
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