En la actualidad las noticias vuelan en alas del internet y se elevan incluso a la sombra del viento; dejando, empero, muchos testimonios del paso por la vida de su autor. El escritor español, barcelonés de nacimiento, Carlos Ruiz Zafón, acaba de partir el 19 de este mes que corre aprisa impulsado por la preocupación de los mortales ante la pandemia. Nada detiene el paso del tiempo ni el duelo por el alejamiento de las personas.
Contaba con cincuenta y cinco años de edad y dos de estar sometido al cáncer. Se inició muy joven en la carrera literaria en 1993, al publicar El Príncipe de la Niebla, aparte de otros tres títulos que editó al morir el siglo veinte. Apenas iniciado el nuevo milenio, hito importante en la historia de la humanidad, saltó a la popularidad su nombre tras revolucionar el mundo editorial con La sombra del viento, novela que esparció lectores en todo el planeta con la traducción a cuarenta idiomas, batiendo todo récord. Una hazaña editorial forjada mediante veintisiete millones de ejemplares vendidos.
Barcelona, su tierra, jamás lo olvidará, pues deja sitios emblemáticos en los que ubicó el famoso panteón y otros inmuebles que evocarán su nombre y congregarán turistas para ver in situ los parajes que él supo inmortalizar con su pluma avispada, genial.
A partir de La sombra del viento se propuso desarrollar la serie atractiva y sarcásticamente denominada el Cementerio de los libros olvidados, y tras quince años de trabajo incansable con su cuarto libro titulado El laberinto de los espíritus cerró el ciclo.
Aquejado por la enfermedad tuvo en mente varios proyectos para desarrollar, y no dejaba de soñar con sus obras nuevas, fantasmas que rondaban en medio de la angustia de los días agónicos.
En alguna reunión no faltó un inquieto periodista que le preguntara si en sus planes tenía previsto llevar a la pantalla sus libros, a lo que él se negó como “homenaje a la palabra escrita”, que para él contaba más que transformar sus obras en películas, no obstante que la monetización de esa labor le reportaría mayores ingresos económicos. Se negó rotundamente. Impenitente lector, soñador implacable, le gustaba “los cantos a la literatura”, vale decir trabajar en el manejo del lenguaje y escribir línea tras línea en la construcción del verdadero artífice de las letras.
La narrativa contemporánea ha perdido a un eximio cultor, habiendo despertado en las personas creciente interés por la lectura. Con tres palabras se puede sintetizar su atractiva prosa: imaginación y aguda sensibilidad.
A quienes nos sedujo el mágico encanto de sus libros nos entristece el alejamiento físico de Carlos Ruiz Zafón, cuando aún se esperaba mucho más de su pluma; pero la vasta obra queda en calidad de vívido testimonio de dedicación y entrega, del sumo sacerdote de la orden a la que veneramos en cuerpo y alma. Que la tierra sea leve, muy lejos del Cementerio de los libros olvidados, donde no estarán los de Carlos.
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