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[Manfredo Kempff]

Cien años del Club Social


En 1920 Santa Cruz de la Sierra era una gran aldea muy pobre que no ha debido cobijar a más de 30 mil habitantes, de los que muchos pasaban largas temporadas en sus labores de campo. Era un pueblo de casas chatas de un piso, pero de amplios patios con aljibes, aves y plantas, de aleros sostenidos sobre horcones de cuchi (quebracho) que daban sombra, y por altos corredores enladrillados que dejaban pasar por sus calles arenosas los torrentes que se producían en el tiempo de aguas.

Era la ciudad adelantada en el este de la República, la vigía hasta sus confines en el oriente, territorios que se extendían al norte hasta los gomales del Acre al naciente y sureste hasta los pantanales del río Paraguay y más al sur. Hacia allí partían los hombres cabalgando mulas y caballos, algunos en busca de fortuna y otros para hallar accesos alternativos al comercio, al mismo tiempo que muchos marchaban decididos a quedarse por esos sitios y poblar su tierra, lo que significó sentar soberanía boliviana en lugares poco habitados.

Fue en esos tiempos lejanos cuando un grupo de señores decidió fundar el Club Social, un círculo donde se reunieran los amigos para el esparcimiento y la tertulia, que en todo momento son tan útiles; más todavía en una sociedad que no tenía mucha información de lo que sucedía en el mundo exterior y ni siquiera en el propio país. Era la época en que Santa Cruz reclamaba al poder central por una mayor atención y probablemente varios de los gestores y redactores del Memorándum de 1904, participaron de la fundación del club.

El Club Social se fundó con el entusiasmo de sus participantes, pero carecía de sede, así que hubo que improvisar durante varios años un espacio digno de ocuparse. Finalmente, la sede se instaló, a partir de 1939, en la casona que hoy ocupa la Alianza Francesa, frente a la Plaza de Armas, por entonces propiedad de la Casa Zeller Mozer, que luego fue adquirida por el club y de la que es propietario actualmente. Sin embargo, en 1941, don Osvaldo Gutiérrez Jiménez, negoció la compra de la actual mansión en la esquina sudoeste de nuestra tradicional plaza, entonces solaz de monos y perezosos, donde el Club Social se instaló a partir de 1949, hechas las reformas que eran necesarias. El edificio había sido construido entre los años 1908 y 1916 por don Joselino Torres, importante industrial del cuero.

Quiere decir que nuestro club sufrió varios traslados antes de ocupar su sitio definitivo. Similar a Santa Cruz de la Sierra, que, fundada por don Ñuflo de Chávez en Chiquitos, debió someterse a dos traslados con trastos y petacas, para hallar su lugar preciso muchos años después junto al río Piray. Incontables arreglos se debieron hacer a la casona de don Joselino Torres, donde siempre habían estado instaladas oficinas. Al convertirse en un club el predio se fue transformando a medida que la cantidad de socios y sus necesidades de buen servicio requirieron.

Hace tiempo escribí que el club ha sido centro de la vida social cruceña y por sus salones han transitado grandes figuras nacionales, que se han nutrido de su ambiente tradicional y que han disfrutado de la hospitalidad que siempre ha ofrecido. Es evidente que antes, mucho más que ahora, las tertulias eran diarias, por placer y por necesidad. No había otra forma para informarse que a través de la charla entre quienes habían leído el último periódico llegado de La Paz o de Buenos Aires, o de otros consocios que habían escuchado en la radio las últimas noticias emitidas por la BBC de Londres.

Es natural que el Club Social no pretendió imitar al clásico club inglés, como sucedió en algunas capitales de naciones de nuestro entorno. Ni el clima ni el carácter cruceño se prestaban para ese sofisticado y caro gusto. A la plática, el café y el coctelito, además del cacho y el billar de siempre, hoy existen los almuerzos de los domingos donde no es necesario ser socio para ingresar. Sus salones fueron el lugar tradicional para los grandes bailes carnavaleros de antaño. Ahora se hace frecuentes actos sociales y fiestas en su amplio patio principal, una de cuyas más concurridas es la que ofrece la comparsa Tauras, el sábado de Carnaval. En sus cien años de existencia el Club Social ha sido el testigo y actor de gran parte de la vida cruceña.

 
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