En algunos sectores sociales han surgido algunos temores en sentido de que el partido de Evo Morales --aprovechando la crisis política que ha originado la pandemia del virus chino--, podría dar un golpe de Estado, ya sea por medio de un movimiento de sus afiliados o por vía parlamentaria o bien por algunas argucias de sus malas artes. Inclusive el Ministro de Gobierno denunció que estaría en gestación un golpe, declaración que originó nuevas susceptibilidades entre la ciudadanía ya alertada con la amenaza. En todo caso, un golpe del evismo para recuperar el poder perdido sería, en primer lugar, algo remoto, ya que esas amenazas son globos de ensayo para una aventura o bien para alarmar al gobierno de transición. Por otro lado, se trataría de crear, mediante rumores tendenciosos, un ambiente de intranquilidad en la opinión pública de tal forma que ella se vaya acostumbrando a la fábula de que “viene el lobo”, amenaza que cuando se produzca en realidad ya no sea tomada en cuenta y permita que el monstruo acabe con todo el rebaño.
Pero, no hay que dejar de considerar, con algo de imaginación, esa posibilidad golpista, de tal forma de prever sus resultados y evitar para el país días de pesar y dolor. De ahí que habría que preguntarse ¿qué sucedería si el MAS-ISPS diera un golpe que lo reponga en el gobierno, luego de desplazar al gobierno de Jeanine Áñez y volver a su dictadura, incluyendo las milicias con el estilo venezolano que ya enunció Evo Morales en Buenos Aires, como arma para eternizarse en el poder?
En primer lugar se restauraría el régimen antinacional y antidemocrático de la autocracia y se extenderían las prácticas de terror, corrupción en masa, despilfarro, mendacidad y control de la opinión pública mediante la censura a la prensa y amenaza permanente a la que pueda seguir funcionando, mediante la coacción psicológica, amén de seguir llevando al país al “socialismo del Siglo XXI, que no es otra cosa que retroceder al comunitarismo primitivo de hace diez mil años o al feudalismo, como tiene enunciado en la Constitución Política vigente, considerada como “la mujer de Lot” que por mirar hacia atrás quedó convertida en una estatua de sal.
LA TERCERA SOLUCIÓN
Una aventura descabellada de esa naturaleza sería recibida por el pueblo con la mayor indignación y no tardaría en reaccionar en forma insurreccional, como en noviembre del año pasado, con participación de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. No solo eso. Sería necesario un nuevo orden que sería regido ya sea por un gobierno democrático provisional destinado a convocar a una Asamblea Constituyente que dicte una nueva Constitución (en sustitución del actual mamarracho) o bien surja un gobierno cívico-militar con las mismas atribuciones del caso anterior.
Finalmente, se presentaría una tercera solución (obligada, por lo demás) en caso de que los acontecimientos se desborden y por falta de partidos políticos carentes de madurez y responsabilidad que puedan enfrentar la situación. Esa tercera solución sería la intervención de las Fuerzas Armadas, que se verían ante la necesidad de asumir la conducción de la nave del Estado, formando un gobierno provisional y, reivindicando sus valores democráticos y nacionales, reordenar al país en su línea democrática, con el objetivo único de convocar a elecciones sobre la base del voto universal, para formar una Asamblea Constituyente que dicte una nueva Constitución que responda estrictamente a las características históricas de la actual realidad nacional y no a sueños utópicos comunistas o de restauración del pasado. Esa asamblea podría elegir presidente de la Nación y convocar a elecciones generales.
Solución de esa naturaleza es conocida en la historia de Bolivia. Nuevos gobiernos convocaron 16 veces a Asamblea Constituyente y en particular se recuerda las convenciones de los presidentes Germán Busch y Gualberto Villarroel, cuyo legado es permanente.
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