En el aniversario del Reino
José Ángel García Landa
Lamentablemente, me toca ser el porquero de Agamenón y decir las verdades que sin embargo entiendo que son públicas.
En el aniversario de la proclamación de Felipe VI como Rey de España, es imperativo reconocer que el país va sin rumbo y como pollo sin cabeza.
A Felipe VI le debemos la irresponsabilidad de haber propuesto a Pedro Sánchez como candidato a la presidencia tras su fraude electoral. Eso ha tenido y seguirá teniendo consecuencias terribles. Así que nada que agradecer a la acción política de Su Majestad.
El proyecto de investidura que llevó Sánchez al Rey (tras prometer antes de las elecciones que no pactaría con Podemos ni con los independentistas, tras su ‘no es no y cuántas veces quiere que se lo diga’) conllevaba un pacto explícito con podemitas, comunistas y bolivarianos, y un pacto implícito con separatistas, golpistas, etarroides y antiespañoles diversos, para que diesen los números. Todo ello de modo muy público y perceptible incluso para gente con pocas luces y pocas matemáticas.
Al aceptar la viabilidad de Sánchez como candidato tras su pacto con Iglesias, a pesar de la flagrante vulneración de sus proyectos políticos sometidos a elección, y a pesar de la flagrante estafa al electorado que se le proponía, el Rey actuó de manera irresponsable. Propuso a Sánchez al Congreso como candidato a la investidura y lo hizo incumpliendo así su labor constitucional principal y casi única.
De hecho, actuó el Rey como si Sánchez, que en ese momento no era ni siquiera candidato, fuese ya el presidente del gobierno cuyas indicaciones (según interpreta al parecer Felipe VI) ha de seguir el rey. En toda ocasión ha de seguirlas, en una monarquía constitucional, menos en ésta, pues precisamente en este caso y en ese momento procesal no hay presidente al que obedecer. A estos efectos, el presidente en funciones no es un presidente del gobierno cuyas indicaciones haya de seguir el Rey para atenerse a su papel constitucional. Las únicas autoridades a la que se debía el Rey en su propuesta eran la realidad de la cámara, por una parte, y la de su buen juicio por otra. Fue éste el que falló, y nos quedamos sólo con el argumento aritmético. Cuando de un rey se espera algo más que aritmética.
Y así dio lugar el Rey, a manera de final anunciado y destino fatídico, a la situación indeseable por la que se sintió obligado a proponer a un candidato estafador y mentiroso. A un candidato cuyo uso del electorado y de las elecciones era a todas luces fraudulento.
Fue un grave error de juicio y un grave error político —grave error de teoría política, llevado a la práctica— cuyas consecuencias estamos todavía empezando a pagar.
Y van cincuenta mil muertos, no veintisiete mil.
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