“Todo tiene su tiempo: tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar”, escribe Eclesiastés.
Palabras que caen como anillo al dedo hoy. Pareciera que todo tiene su tiempo. Ahora se impone el del cambio, que suscita la pandemia de alcance global. No ese cambio que manejan los politiqueros para embaucar, sino uno apremiante y algo traumático, propio de una época marcada por la emergencia sanitaria.
Cambio en la forma de respirar con barbijo. En el lavado de manos, utilizando el jabón. Con confinamiento, con enseñanza virtual y la debida distancia social, hasta en el transporte público y privado. Que no permite, asimismo, el apretón de manos, sino el toque de codos. Sin abrazos ni besos. Con una diversidad de bonos, que ha favorecido a la ciudadanía, sin discriminación. He ahí la realidad del cambio que se vive en el país.
En consecuencia: la mentalidad y el modo de vida tienden a cambiar, como en otras latitudes del mundo. Cambios que serán adquiridos progresivamente, en la medida que se conviva con el coronavirus. Éste no vino de visita, sino a quedarse en el territorio nacional, no sabemos por cuánto tiempo. Tampoco sabemos el número de muertos que provocará en su estadía acá. Es un “horrible enemigo”, a decir del presidente norteamericano Donald Trump.
Bolivia está inmersa en esa realidad. Es que no es un país con vocación aislacionista, sino que se desarrolla rodeado de naciones grandes y pequeñas, de gobiernos de diferentes tendencias políticas y pueblos con aspiraciones comunes. El objetivo supremo de éstos, como bien sabemos, es alcanzar un venidero mejor. Ese es el contexto que se impone en el Cono Sur, el punto geográfico más importante de Latinoamérica.
El virus incidirá, negativamente, sobre la actividad productiva nacional. Posiblemente en el área económica haya problemas. Y en el ámbito social la desocupación se dispare con índices alarmantes. La pobreza, de manera paralela. Ciertamente que nos espera un futuro oscuro, nada esperanzador ni halagüeño.
Nos dijeron que en los últimos catorce años la pobreza había sido reducida a la mínima expresión y que no había hambre. Mentira. En ocasión de la cuarentena hemos visto gente necesitada que recurría a la olla común en algunas regiones del territorio patrio. Este hecho corrobora que la pobreza y el hambre se mantuvieron en el nivel de siempre. Parece que nada se hizo para cambiar esa realidad. Todo fue despilfarro. Ahí están los elefantes blancos y los resultados costosos del fraude electoral de octubre de 2019.
En este marco, personas mayores, apoderados de jóvenes estudiantes y de niños en edad escolar, se aglomeraron, cuidando la distancia social, en puertas de entidades financieras, para recibir los bonos que hizo circular, como en ninguna circunstancia de la historia, el gobierno central, destinados a sobrellevar la cuarentena. Ayuda que marcó la unidad ciudadana, en una época de crisis sanitaria.
En suma: Dios mediante, y el valiosísimo y decidido concurso de médicos, militares y carabineros, lograremos superar el mal que aqueja a este jirón patrio, en esta coyuntura tan difícil.
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