Ante situaciones especiales que se presentan, casi siempre está a flor de labios la frase: “El mundo está loco”; pero, no es verdad, porque el mundo siempre es cuerdo y consciente de lo que piensa, siente y hace su población que, en todo caso, cuenta con dos tipos o calidad de personas: los que obran con amor, conciencia y certeza de lo que tiene y hace porque la Tierra es el terruño en que nació y al que se debe y honra; la otra parte, donde abundan los miserables que son aquellos que sólo piensan y obran conforme a sus conveniencias e intereses, los que sólo tienen como mira alcanzar el poder, poseer dinero y obrar festinatoria e irresponsablemente, los que utilizan a la humanidad como medio para alcanzar y hacer realidad sus ambiciones, su maldad y lo que satisfaga su soberbia; un grupo muy grande de los que sacrifican a los demás y no trepidan ante nada para alcanzar sus propósitos, así sea sacrificando a lo mejor de la humanidad. Las pandemias son virales y la corrupción es condición moral; ambas al unirse conforman un dueto muy poderoso.
Debido a estos extremos, identificados hoy como el coronavirus y la corrupción, la humanidad vive sacrificada sufriendo una pandemia que nadie sospecha siquiera cuándo terminará; un mal al que se agrega el comportamiento de quienes son corruptos y tienen el alma y los sentimientos en condiciones miserables, y miserable es quien ,en el fondo de su ser es desdichado e infeliz; es mezquino, perverso, abyecto y canalla, porque quien aprovecha y vive causando la desgracia de los demás es digno cómplice y aliado de cualquier pandemia que causa dolor y muertes en la humanidad.
La corrupción, al sustentar su poder y fuerza en las virtudes, valores y principios del ser humano, es la parte operativa del virus que, en los hechos y consecuencias, causa las enfermedades y males físicos y morales que pretenden agrandar su poder hasta hacerlo interminable e imposible de vencer. Quienes actúan en niveles de corrupción son instrumentos de las pandemias que asuelan al mundo; son servidores incondicionales de todo lo que podría calificarse como malo, canalla, pernicioso y verdugo del ser humano que generalmente busca reclutar aliados sembrando tentaciones aprovechando debilidades y falibilidades del hombre, empezando por la juventud.
La corrupción tiene millones de caras y está entronizada en toda forma; no hay para ella sitios que no invada y está condicionada a la moral de las personas y se presenta tanto en quienes poseen poderes de toda naturaleza como en aquellos que nada tienen, pero sí tienen una moral que puede abarcar mucho porque echa raíces en tiranos, dictadores, jerarcas y ministros de Estado, parlamentarios, jurisconsultos y profesionales de toda laya; están entre los candidatos los que poseen capelos cardenalicios o encumbrados en posiciones de alto raigambre; nada está sujeto a la improvisación y todos son sujetos de caer en las profundas simas del dolo, la infidelidad, la deshonra, la tentación para todo lo prohibido y para los hechos que contribuyan a agrandarla y diseminarla imparablemente. Enumerar o cuantificar cuánto y qué es la corrupción resulta más que imposible y basta con señalar que está en todo y para todo presta a extender sus tentáculos que no tienen fin.
Las pandemias del grupo o grado que sean abarcan todo; pero, la más notoria, fatal y destructora es la corrupción que no conoce de límites ni medidas ni de espacios ni fronteras o frenos que la contengan porque es sabido que su única contención está en las virtudes que se hagan valores y principios en el ser humano. La corrupción es, pues, entre las pandemias, la que debería merecer mayor atención y, conjuntamente la sufrida últimamente por la humanidad, el coronavirus, es el dúo que se torna indestructible y merece ser combatida.
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