La espada en la palabra
Ni siquiera después de los cataclismos del Siglo XX las sociedades del mundo sometieron su conducta y pensamientos privados al control gubernativo. Lo que planteó Orwell en 1984 nunca se produjo, probablemente porque el ser humano lleva dentro de sí un germen de libertad que seguramente jamás sucumbirá. Pero es cierto que luego de esta crisis, dado que las voliciones humanas en estas circunstancias (pandemias, guerras, hambrunas, etc.) se acercan más a la bestialidad que al altruismo, se necesitará algo más de supervisión gubernamental y una conducta recatada por parte de la ciudadanía.
El coronavirus y los nacionalismos recalcitrantes de Europa y América vinieron a plantear cantidad de preguntas y desafíos a los políticos de hoy; y marcarán la agenda política internacional de los siguientes años. Sin ser ésta la primera pandemia que el mundo enfrenta, es, sin duda, una de las más severas. Como una de sus consecuencias, la economía del mundo sufrirá un impacto tremendo, parecido al que sufrió luego de la Depresión o la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, los gobiernos tendrán que intervenir para que los mercados no sean campos fecundos para el agio, la especulación y el sobreprecio. Además, problemas como el desempleo, la educación y la salud tendrán que ser resueltos, o por lo menos paliados, con ayuda gubernamental.
El virus desconcertó a científicos y médicos, y su efecto en la sociedad desconcertará aún más a políticos y pensadores, pues sus secuelas determinarán la necesidad de medidas pragmáticas: ni socialismos ni librecambismos furiosos, sino una actitud de moderación en la gestión pública y de respeto a libertades ciudadanas. Creo que los gobiernos que apuesten por el control estricto y vertical sobre sus ciudadanos, como los que apuesten por el liberalismo rabioso y el mercado de capitales, no hallarán las respuestas adecuadas a las necesidades públicas. El derrotero estará en la visión despojada de corsés ideológicos.
Desde el punto de vista de la filosofía, la pandemia no está exteriorizando nada nuevo en el ser humano. Ciertamente, planteará un antes y un después desde algunos puntos de vista. Pero desde el análisis profundo de la historia, es nada más que una continuación, más o menos regular, en el polémico y turbulento desarrollo del mundo.
Algunos intelectuales demostraron desconfianza al pensar en un posible control ulterior de las actividades privadas del ser humano. Esta actitud gubernamental, profundamente antidemocrática, ya se trató de ensayar en la Rusia estalinista y en la China de hoy. Pero no veo probable que las demás sociedades del mundo la llegasen a aceptar, ni aunque fuera implementada como forma de cuidado preventivo de los contagios o de regulación económica, por la sencilla razón de que las sociedades de Occidente y occidentalizadas poseen una cultura de convivencia y de pacto con el gobierno totalmente diferente. Tampoco lo veo efectivo, dado que el modelo de vigilancia gubernamental tensionaría la relación ciudadano-gobierno mucho más de lo que ya está. El “estado panóptico”, muy atractivo para los regímenes socialistas o totalitarios, no sería aceptado por las ciudadanías cultas, críticas y educadas, ni sería servible.
América Latina plantea desafíos difíciles. La heterogeneidad de sus sociedades y la segregación de las mismas, supondrán la necesidad de gobiernos fuertes (emanados de las urnas), pero respetuosos de la pluralidad de medios informativos y la opinión pública y, además, abiertos y hábiles en la negociación diplomática con las primeras potencias. La calidad del periodismo jugará un papel importante, ya que es a partir de aquél que el grueso de la ciudadanía toma conciencia de la gravedad de las implicancias del virus y de la situación de las finanzas públicas y privadas. Creo que la democracia y la libertad, en todas sus esferas, no serán (no deberían ser) víctimas del virus. La ciudadanía debe ser celosa de su cuidado.
El autor es profesor universitario.
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