Creer que el coronavirus afecta solo a la salud de las personas es un error, porque las consecuencias de esta enfermedad son graves en múltiples aspectos; uno de ellos, el económico y es porque determina que la inflación crezca hasta límites muy altos y, por otra parte, hace que el crecimiento sea mucho menor al de gestiones normales. Estos fenómenos provocan que la economía en general se vea limitada, causando serios deterioros en la vida de los pueblos porque “es elevación del nivel general del costo de vida, motivada habitualmente por el desajuste entre la demanda y la oferta, con depreciación monetaria”.
Todo este proceso determina un menor crecimiento del PIB ya que, en líneas generales, puede decirse que hay un deterioro acelerado de la situación económica, que deriva en una reducción general de los ingresos y menor capacidad de pago a que se ven constreñidos los componentes de la sociedad que tienen que sufrir mayor pobreza. Para quienes cuentan, sea en lo personal o empresarial, con ahorros significativos en bienes, dinero y moneda que sea divisa, como es el dólar, superar los problemas inflacionarios no resulta dramático; pero el problema es mayor para quienes no cuentan con ahorros ni ingresos significativos; peor para las personas que no tienen ingreso alguno o dependen de magras pensiones, el problema adquiere proporciones enormes.
El drama que se vive especialmente en países del Tercer y Cuarto Mundo es muy grave, porque enfrentar la enfermedad y otros males de salud resulta muy dramático y doloroso, sobre todo en países que no tienen medios para crear bonos de subsistencia o los que existen no alcanzan para cubrir las necesidades más premiosas. ¿Qué queda ante cuadros que llegan a la miseria? ¿Cómo solventar las condiciones de hambre, falta de vivienda y pésimas condiciones de salud? ¿Cómo atender tantas otras necesidades, especialmente cuando hay niños? ¿Cómo cubrir muchas otras urgencias que hay en cada hogar? El problema es, pues, tan grave y complejo que, mientras la enfermedad no sea superada, será difícil la situación de penurias de mucha población y solamente quedan los caminos de solidaridad para que países ricos y desarrollados puedan socorrer, pero no tanto con ayudas sino con inversiones financieras, tecnológicas y humanas para que las poblaciones pobres emprendan su propio desarrollo y solucionen dificultades que solo conjuntamente será posible remediar.
Si bien las ayudas compensatorias que otorga el gobierno remedian, aunque mínimamente, las angustias de las clases más necesitadas, no solucionan la carencia de empleo que cada vez es más crítica y menos dan paliativo alguno a la falta de libertad que solo el trabajo permanente otorga. La enfermedad es un freno a todo lo que el hombre quiere y puede hacer. Conforme pasa el tiempo, la población toma conciencia de que depende de cada uno que el drama pase o, por lo menos, disminuya en sus letales consecuencias y que para alcanzar el objetivo de derrotar a la enfermedad es urgente y necesario cumplir con todas las previsiones y cuidados que permitan evitar los extremos y mucho más que sea expansiva por acción de los contagios; cada quien en su hogar o en el sitio en que se encuentre debe adoptar las mejores medidas para no contraer el mal y, por supuesto, para evitar que ingrese en la familia.
Finalmente, es urgente que cada miembro de una comunidad contribuya, solidaria y responsablemente, a que sean acatadas las disposiciones tendentes a evitar la propagación del mal, sobre todo cuando son levantadas, así sea parcialmente, las medidas de la cuarentena porque implica una especie de apertura libre y amplia al virus para que se asiente en otras personas que resulten víctimas propicias; en otras palabras, depende de cada uno que el mal no se propague.
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