Antonio Ares Camerino
“Durante la pandemia de la mal llamada Gripe Española (1918) en la Casa Blanca la primera en enfermar fue la secretaria particular del presidente Woodrow Wilson. Le seguiría su hija mayor y muchos miembros de su servicio secreto. El contagio del Presidente lo mantuvieron oculto, y se informó que el líder mundial había sufrido un simple catarro. Lo que no se pudo mantener en secreto fue el contagio de los cientos de ovejas que campaban a sus anchas en el jardín trasero de la Casa Presidencial. El rebaño de ovinos, criados allí con fines solidarios, fue trasladado a un hospital veterinario, y muchos salvaron su vida. Aquello fue considerado un simple daño colateral”.
Cuando las decisiones son tomadas a la carrera rara vez se puede prever todas las consecuencias. Cualquiera que sea el impacto más allá del objetivo original de eliminar lo malo, las consecuencias son consideradas no intencionadas. Sin embargo, una vez que los hechos se producen y los efectos secundarios están documentados, es necesario tomar medidas concretas.
La Corte Internacional de Justicia califica los efectos inesperados como daño colateral en función de tres parámetros. Necesidad (el dolor fue necesario), distinción (si las decisiones fueron tomadas para reducirlos) y proporcionalidad (número de dañados y personas que se salvarían).
El avance de la pandemia de la Covid-19 está provocando a nivel mundial unas consecuencias de las que no somos capaces aún de medir su alcance, ni a medio ni a largo plazo. Las millonarias cifras de contagiados y de fallecidos, la nefasta crisis económica que se cierne sobre todos los países, las consecuencias en la educación y en la cultura, el aislamiento social que nos hace perder la identidad como ser humano y la negra sombra que se vislumbra en toda una generación, que sólo tiene presente un hoy efímero y transitorio, son sólo algunas pinceladas de lo que está por venir.
En lo que respecta a los profesionales sanitarios la situación es aún más insostenible. Ellos, en su cotidianidad, toman el pulso y las constantes vitales a una sociedad a punto del derrumbe. Atrás quedaron sus proyectos y los de todos. Se ha aparcado “sine die” cualquier tipo de decisión que conlleve una planificación. A la situación de riesgo máximo de contagio, por desarrollar su trabajo asistencial con pacientes afectos de Covid-19, hay que sumarles estresores que llegan de todos lados. A modo de ejemplo nos encontramos con jornadas de trabajo prolongadas, descansos reglamentarios no respetados, sobrecarga asistencial, necesidad de concentración máxima, seguimiento de instrucciones a veces controvertidas, medidas extremas que hacen que el trabajo se realice en situación de disconfort y reducción del contacto social. Todo ello en una vorágine de tareas y competencias para las que ningún profesional se encontraba lo suficientemente preparado y entrenado.
Según un estudio publicado recientemente en la Revista de Psiquiatría y Salud Mental, en el que se valora el “Impacto Psicofísico de la Covid-19 en una muestra de profesionales sanitarios españoles”, sus autores (Santamaría MD, Etxebarría N, Redondo I y Jaureguizar J) concluyen con el alto riesgo para la salud mental al que se encuentran expuestos los profesionales de la salud. Síntomas de ansiedad, depresión o trastornos por estrés postraumático y traumatización vicaria, derivada de la compasión hacia los pacientes a los que se atiende, son sólo algunas de las patologías que cada vez se manifiestan con más frecuencia. Un indicador clave de la salud mental, que se altera de forma manifiesta con la sobrecarga de trabajo, es el tiempo y la calidad del sueño. Un reciente estudio realizado en China revela que los profesionales con mejor calidad de sueño padecen menos estrés postraumático. El estrés actúa como un detonante de los síntomas de ansiedad y depresión, con mayor frecuencia en personas jóvenes (menores de 35 años) y personal médico femenino. Para algunos autores ello puede deberse al papel principal de cuidadoras que ejercen las mujeres en el hogar. El miedo a contagiar a familiares directos puede suponer un factor añadido en la generación de ansiedad y depresión. Igualmente convivir con una persona con enfermedad crónica aumenta los niveles de ansiedad. Casi la mitad de los profesionales sanitarios manifiestan que el miedo al contagio está presente en su quehacer diario.
Los expertos en manejo del estrés consideran prioritario realizar formación continuada sobre la Covid-19, reforzar las medidas de seguridad y salud laboral, garantizar las necesidades básicas personales, facilitar las visitas a profesionales de la salud mental o asistencia psicológica telefónica.
En este sentido desde el Programa PAIME (Programa de Atención Integral al Médico Enfermo) de la Organización Médica Colegial de España se facilita a todos los profesionales el acceso a una atención sanitaria de calidad y especializada en caso de enfermedades relacionadas con trastornos psíquicos y/o conductas adictivas. Los terapeutas que participan en el mismo, conscientes del esfuerzo añadido que están realizando los profesionales sanitarios durante esta pandemia, se han puesto a disposición de todos ellos para prestarles la ayuda necesaria.
Si al principio de la pandemia nos enfrentábamos a algo desconocido, en corto espacio de tiempo nos hemos dado cuenta que la pesadilla tiene a la cruda realidad como bandera. Ahora no es el desconocimiento lo que nos atenaza, ya es el miedo el que se ha instalado en nuestras vidas. Las prisas por volver a la nueva normalidad, las medidas, a veces incorrectas, propuestas por nuestra clase política y las desacertadas decisiones cotidianas de parte de la ciudadanía, nos han llevado a estar de nuevo en la casilla de salida de esta congoja.
Para vencer la pandemia existen dos grandes grupos de decisión. Las de los Estados, que deben apostar por la investigación, dotar con los recursos necesarios a sus Sistemas Sanitarios, garantizar la equidad para que nadie pueda verse desprotegido y anteponer la salud de sus ciudadanos a intereses económicos. Y las de los individuos, que en su día a día pueden hacer que el virus sea arrinconado, cumpliendo con el mantenimiento la distancia social, usando mascarillas, evitando concentraciones de personas y tratando con el mayor de los respetos sanitarios al semejante.
Hemos alcanzado el millón de contagios y los muertos superan los cincuenta mil.
Y en medio de tanto desconcierto y dolor secundario nuestros Poderes Fundamentales, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, andan a la gresca. ¿Cuál de ellos sentará la cabeza y considerará que nuestra salud es la suya? ¿Cuál de ellos antepondrá el bien y el interés de la ciudadanía a su idolatrado ego?
Todo está por ver, y los daños colaterales suman y siguen.
El Dr. Antonio Ares Camerino, delegado territorial Bahía de Cádiz, del Colegio de Médicos de Cádiz, España.
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