Podía haber titulado el presente artículo “Un año que comienza”, para expresar lo que espero del año que despunta para mi país, pero siempre valdrá más la lección de lo vivido que el deseo de lo incierto, y entonces decidí hacer el balance de este 2016 que se nos va.
Una vez más la nota grave y dolorida de mi voz tendrá que imprimirse en este artículo de prensa. Quien de veras quiere a nuestro país, grandioso y pobre, hoy tiene el corazón desgarrado. Porque la historia de Bolivia, como ayer, es la historia de los caudillos y de sus pasiones. Llevo algo más de medio año en la labor periodística y ya hubo alguien que me calificó de antipatriota, cuando quizá sea yo el más nacionalista de todos los que existen. Pero para formular la terapéutica, el resurgimiento nacional, preciso es primero el diagnóstico de los males que laceran a la nación. Los alemanes más geniales (Goethe, Schopenhauer, Heine) fueron los primeros en descubrir y gritar las dolencias que aquejaban a Alemania. Yo quiero bien a mi país, no obstante puedo hablar mal de él más que nadie, miro sus defectos y sus debilidades más que ninguno.
Hay crisis y hay miseria, negarlo es inútil. No se hace política, y a lo que se le llama política es a la feria de intereses que se lleva a cabo en los ministerios y en el mismo Parlamento. Los muchos escándalos gubernativos que se han suscitado en este año han justificado y reforzado el descontento de la población. Y los todavía adictos al régimen, grey formada por ciegos, mal informados o burócratas, defienden con uñas y dientes la idea de una nueva repostulación de Evo Morales. Desconocer el resultado de una elección previo pisoteo de la Constitución: he ahí la injuria sin precedentes que el gobierno tiene ahora en mente. (Dígase aquí de paso que la postulación de Morales en 2014 ya fue una violación a la Carta Política).
Diez años no sirvieron sino para disgregar la nación y practicar una política excluyente y discriminadora. Se desprecia al extranjero; social y económicamente hablando, el mestizo está bien acomodado, pero lo asfixia la ignorancia, y el indio, como hace cien años, sigue en el olvido. A despecho del gobierno, seguimos siendo de las sociedades más abigarradas del continente. Y Bolivia necesita a quien la cohesione y la unifique.
¿Qué se hizo por los aborígenes de las regiones orientales del país? Si algo se hace es pretender destruir su medio ambiente, transgrediendo el Art. 30 de la Constitución.
A esos males se agregan otros de índole más seria. La sequía implacable de este año que azota a varias regiones de Bolivia debió haber sido prevista por el gobierno. Es un asunto de competencias, y sería irrisorio culpar al ciudadano por la carencia de agua. Pero para bien del régimen, siempre hay una explicación y una justificación para todo cuanto sucede.
El conductor, el estadista, es quien se ocupa de estudiar los problemas nacionales y ajustar sus pensamientos a las necesidades del país; así lo hicieron Sucre, Linares, Frías, Montes, Paz Estenssoro… Pero lamentablemente a los bandidos no les está prohibido el poder, y cuando lo consiguen se obstinan por permanecer en él.
Salvar las instituciones democráticas y la democracia en sí debe ser la tarea primordial para este 2017 que comienza. Los retos de nuestra diplomacia también son grandes.
Marchemos al lado de las naciones civilizadas del mundo.
Y que el Señor guarde a Bolivia.
Ése es mi voto para el año que se inicia.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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