Dios, en Su infinita bondad, al nacer Nuestro Señor Jesucristo en un humilde pesebre de Belén, lanzó un mensaje a todas las generaciones: “Gloria a Dios en los cielos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”. Esas palabras han tenido eco en todos los corazones de la humanidad a través del tiempo tanto por su contenido que es irradiación de fe, amor y esperanza.
La paz es un bien que se complementa perfectamente con el amor, la fe y la esperanza que tienen todos los hombres en que haya cambios sustanciales en el mundo, pero solamente con la práctica de virtudes que se hagan valores y principios; una paz que signifique que el hombre, renunciando a soberbias y orgullos, puede alcanzar lo que se proponga en bien del mismo hombre; puede realizar maravillas a través de la ciencia, la tecnología, las artes y la capacidad creadora de todos.
Pero esa paz no será posible sino es parte fundamental de la libertad, la justicia y la democracia en que deben vivir los pueblos, una paz que sea permanentemente signo del amor a Dios y a quienes son Su obra, Su creación y Su amor; una paz que no debe ser alterada o manipulada conforme a intereses mezquinos o que busquen solamente la satisfacción de pasiones hedonísticas y materialistas para la satisfacción de los sentidos.
Una paz segura en base a la práctica de los Mandamientos de Dios, de las leyes de los hombres y de todo lo que significa ser mejores, tener vocación de servicio, conciencia de país y de prójimo; convicción de virtudes que permitan despejar lo que daña y ofende, lo que discrimina, lo que odia y busca revanchismos, lo que es complejo y miseria.
Conforme al legado de Jesús, la Iglesia ha buscado que los pueblos vivan en paz y libertad, que la justicia esté enmarcada en la voluntad del Creador y que desaparezca la soberbia del corazón de quienes tan sólo por no tener conciencia viven cegados por su egoísmo y buscan que sus riquezas y poder crezcan sin importar la pobreza que padece la mayor parte de la humanidad que es la que sufre los errores de quienes desencadenan y mantienen guerras y conflictos que acarrean dolor y lágrimas. El Papa Francisco, en su homilía de Navidad se refirió a la necesidad de vivir en paz, concordia y armonía entre todos los hombres y en todas las naciones. Poseedor de sabiduría y humildad, al igual que sus antecesores, pidió caridad, misericordia y amor entre todos.
Mientras dirigentes de muchos países no renuncien a sus posiciones hegemónicas que los hace tiranos de sí mismos al apoyar conflictos bélicos, la paz para sus países será una utopía inalcanzable. La paz es cimiento de cordura, honestidad y responsabilidad en favor de quienes confían y creen en virtudes y valores de dirigentes que podían ser servidores de la paz, la libertad y la democracia pero que sólo utilizan esos bienes para incrementar sus ambiciones que no alcanzan final alguno.
El Papa Francisco, consciente de que la paz de corazón es base importante para la fe y el amor, muestra caminos de cordura, armonía y cordialidad entre los hombres porque sabe que en ellos radica el futuro de la humanidad y, sobre todo, con ellos se pueden cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y hacer práctica permanente de las enseñanzas de Jesús, enseñanzas que se plasman en cuatro evangelios que se complementan con la Biblia que por siglos busca que el hombre sea permanentemente hijo de Dios, amigo de sus semejantes y portador de bienaventuranzas para quienes creen, obran con amor y misericordia y practican la caridad consigo mismos y con sus semejantes.
Muchas veces, por acciones contrarias a los mismos sentimientos de conductores de nuestro país, se violan los principios que hacen de la paz el medio de complemento con la libertad y la democracia hasta arribar a condiciones de justicia. Esa fe y ese amor implica abrir cauces de esperanza de que en nuestro país se corregirán los yerros pasados y se obrará finalmente con altura, decencia, honestidad y responsabilidad en la conducción del gobierno, pero sobre todo renunciando a complejos, antagonismos, odios y revanchismos que en once años han causado dolor y lágrimas a más de frustraciones y decepciones.
Es importante vivir bajo la convicción de donde hay fe, hay amor; donde hay amor, hay paz y donde hay paz está Dios y donde está Dios no falta nada. Si nos atenemos a esta convicción, tanto gobernantes como gobernados, habremos alcanzado importantes metas para el logro de un desarrollo moral y material pero en paz, armonía y concordia.
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